Hoy en día “casi” todo el mundo lamenta la pobreza: desde ONG’s hasta cualquier entidad financiera. Esto debería ser motivo de esperanza para esos once millones de españoles –algo más de la cuarta parte de la población en España–, que vive en riesgo de pobreza y/o exclusión social. Unos la combaten y otros, simplemente, la ignoran. El otro día, al portavoz del gobierno regional de Madrid le preguntaron por el informe de Cáritas que decía que en Madrid hay un millón y medio de personas en situación de exclusión social, una cifra que es un 24% más que antes de la pandemia. Y el portavoz, que además es consejero de Educación, Enrique Ossorio, contestó: “Si la población sale a la calle y ve que la Comunidad de Madrid es una región rica, que cuando en España el PIB crece un 5, 9% en Madrid crece un 6,5%, y que es la región más rica de España, sale a la calle y ve que existe pobreza y que hay que luchar contra ella... Le dicen “en Madrid hay tres millones de pobres” y piensa... ¿dónde estarán?” El imaginario colectivo asocia la palabra pobre al mendigo que extiende la mano en cualquier calle, pero la pobreza tiene hoy otros rostros. Ya no pide limosna en la calle, pero habita entre nosotros: en nuestros barrios, en el piso de al lado, en los comedores sociales, en el banco de alimentos y en muchas nóminas miserables que impiden llegar a fin de mes. Cuando un dato desmiente tu relato triunfalista, la única opción que queda es ridiculizarlo y mofarse. En Madrid no hay pobres porque no se ven. Claro que no se ven en la calle, claro que no acaparan titulares en los medios de comunicación… la invisibilidad es total. Llama la atención el silencio que existe en torno a una situación tan sumamente dramática. Por más que nos hagan pensar que nuestro país es homologable a cualquier otro país de la UE, la realidad que nos ofrecen informes como los de Cáritas o de la Fundación FOESSA amarga esa imagen de progreso y bienestar. Quizás por ello, no nos sorprende que un político del PP desdeñe la existencia de pobres en Madrid y que otro político, también del mismo signo político (Alberto Núñez Feijóo), nos diga que “no creo en personas superiores a los demás, no creo que han de tener más derechos los que tienen más, pero tampoco creo que se les debe señalar en la calle por haber trabajado más. No lo creo”. Uno no ve pobres, el otro justifica indirectamente su pobreza: no se han esforzado. Ambos, interesadamente ciegos.
Antonia Merino
Con perspectiva sureñaPobreza invisible
Hoy en día “casi” todo el mundo lamenta la pobreza: desde ONG’s hasta cualquier entidad financiera. Esto debería ser motivo de esperanza para esos once...