Hay muertes que provocan un dolor compartido o una oleada de indignación; pero las hay también sobre las que pasamos de puntillas y sin hacer mucho ruido. Es la muerte más silenciosa de todas: la del suicidio. Lo cierto es que estas muertes interesan más bien poco, salvo cuando la curiosidad y el deseo de conocer detalles se convierten en morbo. El oscurantismo sigue tiñendo un asunto que suele reducirse a lo individual y, otras veces, a una indiferencia pavorosa que resulta difícil de explicar. Aunque de un tiempo a esta parte comienza a visibilizarse algo más, el suicidio sigue siendo uno de los tabúes más arraigados en nuestra sociedad, una sociedad que continúa parapetándose en aquello de "lo que no se nombra no existe" para esquivar la maldita palabra y no abordarlo con rigor y prudencia tal y como requiere un asunto de extrema gravedad. Ahora bien, debería bastarnos la magnitud de las cifras para convencernos del error que implica no prestarle la importancia y atención que merece. Un reciente informe sobre salud mental en la infancia y adolescencia realizado por la ONG Save The Children desvela que el porcentaje de niños y niñas entre 4 y 8 años con pensamientos suicidas es de un 2%, cifra que se triplicaba en la adolescencia, alcanzando un 6% en el grupo de entre 13 y 16 años. A esto hay que sumar los estudios de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y Unicef y que apuntan al suicidio como una de las principales causas de muerte entre la población infantil y adolescente, superando, incluso al cáncer y los accidentes de tráfico. Estas cifras, que llegan a dispararse en los colectivos más vulnerables como son los refugiados y migrantes, o personas con riesgo de exclusión social como el colectivo LGTBI, ponen de manifiesto la ausencia de un Plan Nacional de Prevención del Suicidio, según denuncian los expertos en salud mental. Es fundamental estar informados sobre qué es el suicidio, cómo se puede prevenir y cómo se puede detectar, para poder actuar de una forma mucho más diligente y sensible con las personas que nos rodean. Ahora que se atisba algo de consciencia e interés sobre la salud mental en la sociedad y entre nuestros gobernantes es importante que tengamos la misma disposición a afrontar sus consecuencias, a través de una mayor información, del impulso de la investigación, tanto con recursos económicos como humanos, y del fomento de la concienciación sobre una enfermedad que debe ser tratada como tal. La lógica prudencia no debe lastrar la eficacia en su tratamiento.
Antonia Merino
Con perspectiva sureñaSuicidio, la muerte silenciosa
El oscurantismo sigue tiñendo un asunto que suele reducirse a lo individual
Foto: EXTRA JAÉN
Suicidio.