En medio de la vorágine electoral, la Iglesia andaluza ha decidido entrar en campaña en uno de los escenarios religiosos que más público congrega (cerca de un millón de personas): la romería del Rocío. Un excelente altavoz electoral para pedir el voto. Eso sí, poco ha tardado, esta vez, en posicionarse a favor de un bando: la derecha. Como si se tratase de un político versado en estas lides, el obispo de Huelva, Santiago Gómez Sierra, se ha lanzado a la arena política para hacer campaña a favor de postulados ultraconservadores y arremetiendo contra el matrimonio igualitario, el derecho al aborto y demás derechos conquistados por gobiernos de izquierda, elegidos, por cierto, democráticamente en las urnas. Sin embargo, cuando toca hablar de las clases más vulnerables la norma es el silencio eclesial. Todo hay que decirlo, la Iglesia nunca se ha echado a la calle en protesta por las políticas gubernamentales de supresión de ayudas a los pobres dependientes, de negación de la sanidad a los pobres sin papeles, o de eliminación de las limosnas a los pobres parados. Se conoce que estas demandas les pilla siempre con el pie cambiado. De todos modos, los lazos de la Iglesia con la derecha y la ultra-derecha no son nuevos. Digamos que existe una conjura de intereses: PP y VOX les garantizan la existencia de colegios concertados y las clases de religión en los centros públicos y, a cambio, la Conferencia Episcopal les ofrece votos y el apoyo desde sus medios de comunicación (13TV- Cope…) y desde sus púlpitos. Un amor que se remonta a tiempos del dictador Franco. Después de más de cuatro décadas de democracia y de una Constitución que define a nuestro país como un Estado aconfesional, la Iglesia Católica tiene una obsesión: conservar su status, con privilegios de todo tipo, en especial, en materia económica y fiscal. La Iglesia de los pobres, como suele presentarse ante sus feligreses, acumula una ‘pobreza millonaria’. Los obispos, que suelen habitar en palacios o en algún lujoso dúplex, no se andan con chiquitas a la hora de exigir dinero ante las autoridades del Estado para aumentar sus ingresos a costa del erario público. En teoría no es un poder fáctico, pero es una poderosísima potencia económica, cultural, incluso, inmobiliaria. Otra cuestión es la educación. Es curioso que los gobiernos recorten en la escuela pública (establecida ya sea en los barrios más humildes o en el ámbito rural) mientras trasladan esos recursos a la enseñanza privada mayoritariamente católica y habitualmente situada en los barrios más pudientes. Así es la Iglesia Católica, predica pobreza pero a la hora de relacionarse elige a aquellos que tienen dinero y poder.
Antonia Merino
Con perspectiva sureñaY la Iglesia entró en campaña
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