Tras todo final, lo que debe quedar siempre es la esperanza. Una ilusión que permanece a pesar de los pesares y nos recuerda que, en mitad de la calamidad, hay notas musicales con las que componer una nueva canción; que no hay que tener miedo a los grandes cambios porque dentro de la metamorfosis está el amor; que, dejando ya los juegos de palabras, el mismo día que comienza una guerra puede haber un concierto de Lapido y que, quizás, haya sueños que cumplir en algún lugar de la medianoche.
"En algún lugar de la medianoche" fue la hermosa canción con la que José Ignacio Lapido abrió un memorable concierto en el Auditorio Museo Lázaro Galdiano de Madrid dentro del ciclo "Los acústicos del Buenavista" el pasado jueves 24 de febrero. Sí, el mismo día que comenzó la invasión a Ucrania, "el poeta eléctrico" invadía el interior de nuestro cráneo y lo bombardeaba de sensaciones y sentimientos provocados por sus excelsas melodías, sus magníficos versos y su sentida interpretación. Acompañado como es habitual por el fichaje estelar de los 091 y alma de "La Dolorosa" Raúl Bernal, un auténtico genio a las teclas que sabe cómo hacer brillar el oro de estas composiciones, surgió de la nada una sobredosis de talento que nos embelesó, nos cautivó y nos respondió a la pregunta de por qué este recital se celebraba en un museo. Lógicamente, es justo ahí donde se disfrutan las grandes obras de arte.
Así, después de la mencionada "En algún lugar de la medianoche", volaba mística "No queda nadie en la ciudad" y, también de su tercer álbum "Música celestial", su "No sé por dónde empezar" que, tal vez, le dio la pista para hacerlo desde el principio y, por este motivo, sonó nostálgica la recordada, valga la redundancia, "Ladridos del perro mágico". Primera canción que compuso el maestro para comenzar esta resplandenciente trayectoria en solitario allá por 1999.
De esta manera, empezaba una exitosa y generosa exhibición musical que recorría su carrera y nos dejaba perlas de raíces americanas como "Estrellas del purgatorio" o "No hay vuelta atrás", toques de jazz en la emocionante "Antes de morir de pena" y una escogida colección de bellas e inspiradas creaciones en las que, por destacar algunas entre el todo destacable, se mecieron, con ese halo de tierna tristeza, temas como "El carrusel abandonado", "Lo que llega y se nos va", "El ángulo muerto" o "El más allá" y emergieron, reivindicativas, canciones de resistencia como "La versión oficial", la celebrada y muy lapidiana aunque esté incluida en un álbum de los cero "Espejismo número 8", "El principio del fin" o "La antesala del dolor" con la que pretendían terminar pero el clamor de un público soberano que llenó el Auditorio del museo Lázaro Galdiano les obligó a volver a las tablas.
Antes de terminar esta crónica, es para mí una obligación contaros, para quien todavía no lo conozca, que José Ignacio Lapido no es comparable a ningún otro artista contemporáneo. Salvando la distancia del tiempo, respetando el estilo de cada uno y añadiendo un excepcional don musical, en mi opinión, su dimensión está a la altura de insignes poetas andaluces del siglo pasado como Lorca o Machado. Dicho esto, "El poeta eléctrico" junto a un refulgente Raúl Bernal subieron al escenario de nuevo para interpretar obras de arte que no podían faltar como "Cuando el ángel decida volver", "Luz de ciudades en llamas" o "Algo me aleja de ti" y acabaron con el regalazo de una mítica canción de 091, la descomunal banda que lidera Lapido. Yo, conmovido, emocionado y enamorado, no conseguí aplaudirla ni cantarla. Solo pude susurrar ese "Sigue estando Dios de nuestro lado" que demuestra que, sin duda, tras todo final, lo que debe quedar siempre es la esperanza.