Cuando deseamos creer en algo, somos capaces de engañarnos a nosotros mismos con suma facilidad. Hablo, sin ir más lejos, de nuestra fe inmutable en ideologías políticas, sociales o religiosas, en amistades inquebrantables o, entre más cuestiones, en proyectos y sueños inalcanzables. Nuestra ilusión nos engaña y continuamos confiando pese a que, a veces, nos llevemos más palos que una piñata. Hablando de esto, la piñata es, precisamente, un buen ejemplo. Aunque de origen chino y traída a Europa por Marco Polo, este juego adquirió especial relevancia en México. Allí, en lugar de tener forma de diversos animales, lo tradicional es que sea una esfera colorida con 7 picos. Resulta que los españoles, en su afán por evangelizar a los mayas, vieron que jugaban a algo parecido con vasijas de barro. Entonces, a nuestros antepasados conquistadores se les ocurrió confeccionar la nueva estructura de su actual piñata. Los siete picos representaban los pecados capitales. Los adornos y el color, la tentación. La venda en los ojos encarnaba que la fe es ciega. El palo, la fortaleza con la que se vence a las pomposas provocaciones del mal y, por supuesto, los frutos que caían una vez destruida la piñata eran las recompensas del cielo. De esta manera, los indígenas, ávidos de creer en aquellos extraños hombres que vinieron del mar como decían algunas de sus profecías, pusieron tanto empeño en el juego que, hoy en día, la piñata se ha convertido en un gran símbolo de la cultura mexicana.
“Piñata” es también el último single del primer y esperado álbum de Blanca la Almendrita. Una de las canciones más sentidas de este trabajo en la que se expresa el dolor de una ruptura a través del símil de este mencionado juego popular. El disco, lanzado el pasado jueves 9 de junio, a pesar de mostrar una homogénea fusión de estilos con el rock andaluz, el pop o la balada romántica, transmite con profundidad esas raíces árabes del flamenco en temas como “el callejón del beso” o “un vals para fantasmas”. Aunque más ligeras en lo musical, en lugar de volar, bucean en la profundidad del universo de los sentimientos las canciones llamadas “Rey Midas”, “Solamente al viento” y “A solas mi camino”. Emocionante es una palabra que se queda corta cuando Blanca Peláez Palomino, conocida como “La Almendrita”, interpreta “Rosa de mi pañuelo” para homenajear a Miguel Benítez, “er migue” de “Los Delinqüentes”. Un genio que nos abandonaba a la temprana edad de 21 años. No obstante, lo mejor de este álbum, en mi opinión, llega al final. “Testamento” es un drama con “quejío” que estremece acompañado de una rockera guitarra eléctrica que sabe llorar. “Se te olvidó” es un tema que asoma con ciertos rasgos de jazz que derivan a la salsa y, por último, “Dos orillas” es una bellísima melodía muy original que, después, se apoya en una base instrumental que me recuerda a las primeras psicodelias de los setenta.
Blanca la Almendrita nos mece con su voz y nos deleita en todos los registros, tonos, colores y volúmenes. Sin embargo, no es la parte técnica lo que trasciende de su arte sino la emocional, la sentimental y la pasional. Es una artista con la inusual cualidad del bisturí. Esa que llega al corazón sin advertirlo. La que abre, raja y nos parte sin destruir. La que hiere y sangra pero cicatriza.
Este primer LP de esta cantante jiennense se centra en el desamor. Ese doloroso y desgarrador sentimiento que se manifiesta cuando nuestra mayor ilusión desaparece. Así pues, me resulta muy apropiado que el álbum se llame “Quimera” cuyo significado, según la Real Academia, es lo que se propone a la imaginación como verdadero, no siéndolo. Sí, es muy posible que el amor no exista, que solo sea una quimera. Lo que pasa es que, a veces, puede parecer real porque, cuando deseamos creer en algo, somos capaces de engañarnos a nosotros mismos con suma facilidad.
Juan Manuel Vallecillo
El arpa de DoroteaBlanca la Almendrita: Quimera
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Foto: BLANCA PINEDA
Blanca, la Almendrita.