El senderista loco

Miguel Ángel Cañada

La Berrea, sinfonía del bosque en otoño

Dicen que cuando el otoño moja el lomo del ciervo, el fuego del celo se enciende: así comienza la berrea

Nos adentramos en el sendero de los Cuatro Términos, allá donde el Parque Natural de la Sierra de Andújar abre su pecho de encinas y coscojas. El camino, breve y generoso, apenas exigía de la mochila un poco del más universal de los elementos: el agua. La coscoja, hermana menor de la encina, nos escoltaba con la discreta daga de sus hojas.

Al coronar la primera altura, en el cruce invisible donde se dan la mano Andújar, Villanueva de la Reina, Baños de la Encina y Mestanza, emprendimos el descenso hacia la gran dehesa de pasto y encinar. Fue allí donde la sorpresa nos aguardaba: sabíamos que estábamos en dominios del mayor mamífero de la península, el ciervo, pero no imaginábamos el regalo que nos tenía guardado.



De pronto, el bosque estalló en bramido. No era un sonido, sino un estremecimiento de la tierra: una trompeta tibetana invocando la meditación, un cuerno vikingo reclamando el favor de los dioses.

Habíamos oído su clamor muchas veces, en Cazorla, en Mágina, en la Sierra Sur de Jaén... pero nunca tan cerca. Sentirlo a unos pasos, casi rozar su aliento, fue una mezcla de asombro y desvelo. Allí estaba, con su corona de puntas, soberbio venado al que llaman con razón el rey del bosque.

Dicen que cuando el otoño moja el lomo del ciervo, el fuego del celo se enciende: así comienza la berrea. ¡Qué sabia es la naturaleza!, que en cada especie inventa el modo de perpetuarse. Las hembras derraman en el aire su rastro invisible de feromonas, y la lluvia se encarga de esparcirlo, despertando en los machos un deseo incontenible.

El bramido se convierte en desafío, en himno y en amenaza: convoca a las hembras, pero también reta a los rivales. A veces basta con la voz más poderosa; otras, el choque de astas decide el destino. Y es el vencedor, el más fuerte, quien recibe por un instante el privilegio de un harén, sembrando su linaje en la eternidad.

En los claros de la dehesa, las hembras se arropaban juntas, como a la espera de aquel que debía protegerlas. El macho elegido debía alzar su voz y, si era necesario, blandir sus astas, guardián y amante por una sola estación.

A nuestros ojos humanos, puede parecer cruel que los machos se hieran, incluso hasta la muerte. Pero esa lucha es selección, no capricho. Y si miramos dentro de nosotros mismos, veremos que nuestra especie, que presume de razón, es mucho más caótica y cruel: destruimos lo propio y lo ajeno, arrasamos la tierra que nos sostiene.

Por eso te aconsejo, caminante, que en estos días te pierdas en el monte. Lleva prismáticos, una cámara y paciencia. Al caer la tarde, deja que el silencio te acerque al concierto de la berrea, esa sinfonía de la vida que regala el bosque con las primeras lluvias.

Nos veremos por las sendas de Jaén, siempre sin dejar huella… salvo en el barro.

No te pierdas. O sí.