Estilo olivar

Juan José Almagro

De vita beata

Como no soy el octavo sabio de Grecia, siguiendo el consejo de Benítez Reyes, hace unos días decidí divagar sobre la felicidad en mi último artículo (“Un feliz 25 de julio”) y, en los siguientes días a su publicación, he recibido cartas de lectores que, irónicamente, completan mis reflexiones, sobre todo en lo que refiere a los más jóvenes, que según la reciente encuesta del CIS son los más felices de los españoles. Desde Granada, una lectora zumbona me dice: “No entiendo tu duda sobre la felicidad de los jóvenes entre 18/20 años. Por qué no van a ser felices?? Los que se dedican al laboreo del estudio, han salido de sus casas, siguen viviendo a costa de sus padres, si les viene bien estudiar, lo hacen; que no les apetece, no lo hacen. Y encima tienen 200€, que les da Pedro Sánchez, para que se juergueen y lo voten. No tienen responsabilidades, sólo derechos. Es muy fácil ser feliz de aquesta manera. Como dice Lolo, cuando le hacemos ver algo sobre lo venidero: eso es problema del Lolo del futuro, ya lo resolverá él. Y estamos hablando de un niño con la carrera terminada, a falta del TFC y que es un alumno brillante. ¿Por qué no van a ser felices?”

Eso digo yo, ¿por qué no van a ser felices? Probablemente porque no saben lo que es eso de la felicidad. Yo, tampoco. Y como si no se avanza recordando, se tropieza, vuelvo a los clásicos, donde reside buena parte de nuestra sabiduría. Hace casi dos mil años, Seneca escribió “De vita beata”, una hermosa reflexión sobre la búsqueda de la felicidad, y nos enseñó las entrañas: “Puesto que he comenzado a tratar la cuestión con más amplitud, se puede llamar feliz a quien, gracias a la razón, no teme ni desea”. Por ignotas razones, hoy se vive rabiosamente al día y nos olvidamos, como nos pedía Camús, de hacer cada uno su trabajo. Y hay que procurar hacerlo bien, decentemente, sobre todo los políticos que se empeñan en echar leña al fuego y sal a las heridas y se resisten a apaciguar y apaciguarse, envueltos casi siempre en intereses personales, aunque los llamen corporativos o públicos. Nuestros dirigentes se han olvidado de aquello que nos enseñó Plutarco, que el político debe contender siempre con diligencia, prudencia e inteligencia a favor del bien común, es decir, a favor de la satisfacción de las necesidades humanas.

“Todos quieren vivir felices, hermano Galión, pero andan a ciegas queriendo descubrir lo que hace feliz la vida” escribió Séneca a su hermano mayor. Y hasta tal extremo es difícil alcanzar la felicidad en la vida que, cuanto más rápido se dirige uno hacia ella, más se aleja si la vía es equivocada. Y continua Séneca: “Así que primero es preciso establecer que deseamos. Luego, considerar por dónde podemos aproximarnos con más rapidez y, una vez en el propio camino../..ver cuánto avanzamos cada día y cuánto nos acercamos a ese objetivo hacia el que nos impulsa un deseo natural”. La vida es lo suficientemente larga para, si nos lo proponemos, alcanzar y conseguir la mayor parte de nuestros objetivos. De eso, si actuamos sin excesos y con prudente diligencia, estoy muy seguro.



Séneca decía que no recibimos una vida breve, sino que la abreviamos; y que no somos indigentes de vida, sino derrochadores. Por eso necesitamos actuar con premura y sin descanso porque en estos tiempos tan extraños lo que más necesitamos es un nuevo contrato social que nos transforme y transforme a España en un país más decente y mejor, y si queremos contribuir al cambio no podemos resignarnos. Necesitamos conjugar libertad y justicia -las columnas de la democracia- para ejercer el derecho y el deber de ser responsables, para participar en procesos sociales y hacer oír las voces de los que luchan contra la injusticia social, para vivir (Hanna Arendt) la libertad de ser libres y, por tanto iguales. Y, seguramente, también felices.