Estilo olivar

Juan José Almagro

Respuestas equivocadas

Confieso que soy cosmopolita y al despertarme, a pesar de la que está cayendo, siento que vuelvo a nacer definitivamente en esta Tierra que amo y habito...

 Respuestas equivocadas

Foto: EXTRA JAÉN

Guerra en Ucrania.

Confieso que soy cosmopolita y al despertarme, a pesar de la que está cayendo, siento que vuelvo a nacer definitivamente en esta Tierra que amo y habito y, al tiempo, cada día, como persona, también me siento una parte minúscula de la eternidad, como escribió el escocés Thomas Carlyle. Cosas de la edad provecta, creo yo, pero benditas sean estas reflexiones que, a fuer de sinceras, alimentan las fuerzas de mi espíritu y me procuran una existencia razonable, sabedor como creo ser de que es preciso sufrir con paciencia las leyes de nuestra humana condición.

A los alumnos del excelente Master de Responsabilidad Social que se imparte en la Universidad de Murcia (un referente en España cuando hablamos de sostenibilidad), les pedí hace unos días, con motivo de la inauguración del curso, que combinasen esfuerzo, trabajo y decencia y, sobre todo, que fuesen herejes y críticos con las enseñanzas y los profesores; que profundizasen en los temas hasta llegar al tuétano y que preguntasen siempre porqué , como dejó escrito el mexicano Octavio Paz, “el hecho de que haya habido respuestas equivocadas no quiere decir que las preguntas no sigan vigentes”. Y en ello estamos…

Hace unas semanas, disfruté de un día completo con la compañía y la conversación de mi amigo el sabio profesor de Bolonia Stefano Zamagni, presidente de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales. Y hablamos de las “res novae”, del escenario que nos ha tocado vivir en una nueva época, más de intemperie que de protección; un periodo histórico en el que se ha concretado la ruptura estructural del orden global: si en 1989 se produjo la caída del muro de Berlín y el final de la guerra fría (eso parecía), en febrero de 2022 se inicia una guerra en Ucrania que es global, no mundial. Y hay diferencias: en la guerra mundial participan muchos países y los efectos (en las guerras siempre son negativos y perversos) los padecen los participantes; en la guerra global, como la invasión de Ucrania por Rusia, se ven afectados países que no participan en la guerra, por ejemplo, los emergentes africanos y/o americanos que no reciben grano ni otros alimentos por empeño y culpa del llamado Putin.

Y hablamos de la desigualdad, una lacra que hemos alentado y tolerado, incluso impunemente, instalada entre nosotros como si fuera lo más natural del mundo, también postpandemia. Mientras disminuye, aún mínimamente, la pobreza, la desigualdad ha crecido exponencial y escandalosamente en todos los países del mundo porque el mercado nunca, jamás, ayuda a una distribución equitativa; además, con desigualdad el proceso económico no funciona, como no funciona la propia democracia, según nos advirtió en 2015 el nobel Angus Deaton. Dice Francisco de Zaraté en El País, “la inequidad suele presentarse como un problema de justicia social, pero también tiene efectos negativos sobre la innovación y la productividad”. Es cierto que con desigualdad la innovación desaparece y, además, nuestros regímenes democráticos dejan de funcionar como debieran y, como así ha ocurrido, aparece el populismo, que es hijo de la desigualdad.

La pregunta que sigue vigente, según la conseja de Octavio Paz, es inevitable: ¿qué se puede hacer en esta situación? Sabiendo que no bastan las reformas, la respuesta es sencilla: hay que transformar (modificar) partes importantes de la estructura económica y social. Tenemos que cambiar instituciones globales que existen desde los años cincuenta del siglo pasado y que ya no sirven porque ni son fuertes ni están preparadas para liderar y gestionar la propia transformación en una situación que es nueva. La forma de hacer economía es diferente a la de sólo hace unas décadas, la Inteligencia Artificial es algo distinto, no es material, aunque todavía no sepamos su influencia futura. Las métricas actuales ya no sirven y, por ejemplo, la Universidad debería cambiar sus programas de formación e investigación, adaptándolos, y reconvirtiendo sus tareas para transformarse también en la conciencia crítica, ética y social de la ciudadanía. Si queremos contribuir al cambio, como escribió Sábato, no podemos resignarnos.