Nunca estuve de acuerdo con la frase asignada a Max Aub “El hombre es de donde hizo el bachillerato” pues parte de una visión burguesa donde todo el mundo estudiaba, sin tener en cuenta que en aquella España de los años sesenta no era así. En realidad, el sentimiento de pertenencia de hombres y mujeres se genera con el lugar donde transcurre los hechos que marcan tu vida, que abren tus sentidos casi siempre en tu adolescencia o también en la niñez, estudies o no.
Me parieron en Granada, en una casa de vecinos en el Albaicín, frente a la Alhambra, en verano se oía de fondo a Manolo Caracol en el festival de flamenco y durante todo el año a los gitanos del Sacromonte. pero no me siento de Granada. Estudié en Madrid donde me abrieron los ojos al mundo, a las reivindicaciones sociales y a la libertad y no soy de Madrid. Ni de Burgos, Málaga, Lleida, Sevilla o Barcelona donde trabajé. Cuando me preguntan que de donde soy siempre digo que de Jaén y si quiero afinar, preciso que de las Ventas del Carrizal, donde montaba sobre mi caballo de caña, al cinto pistola y espada hecha de recortes de madera de Miguel el carpintero. ¡Ruuu… Sooo… caballo!, descabalgabas y quedaba atado a la reja.
Cuando llegue, si me llega la niebla del olvido, esa dolama que no duele pero que borra lo inmediato, hace que olvides a tus seres queridos pero que casi siempre respeta los recuerdos de la niñez que deben tener una protección especial como el escudo protector de la estrella de la muerte. Perdido y solo te acuerdas de tu mama y de que hay que echar de comer a las gallinas del corral.
El paisaje era muy diferente al de hoy, así permanecía desde siglos, se dividía en varias franjas. Visto desde arriba era como una paleta de colores compuesto de huertas, huertos, azas y no solo en las riberas del rio, también en los arroyos o alrededor de las fuentes o lavaderos. Luego el secano donde los mejores terrenos eran para el cereal: trigo, cebada, avena y centeno, sin olvidar las legumbres como garbanzos, lentejas y yeros, en las “returas” que eran dehesas con encinas, aquí llamadas chaparros, no eran buenos terrenos y se plantaba también cereal en barbecho, en los años de descanso se llevaban a las cabras y los cochinos que eran negros, todos de raza ibérica. En los pechos, en las pendientes, estaban los olivos en fincas pequeñas (peazos) con diferentes variedades: marteños, cordobeses, picuos y carrasqueños, porque el olivo es vecero. Más arriba en los pedregales los almendros, en las cogollas improductivas los espartales y en las sierras los chaparros.
Casas encaladas donde se solapaban decenas y decenas de capas de cal, que hacían una superficie sinuosa con barrigas y hondonadas en las fachadas, por donde en las noches de verano cazaban las salamanquesas, mientras los corros de vecinos contaban historias con la silla de enea retrepada contra la fachada, algunos aprovechaban para desgranar habichuelas, o desmotar lana para el colchón del ajuar de la niña casadera. Recuerdo historias de los que habían trabajado en Suiza o Alemania, historias de la guerra y muchas risas. Olores frescos a albahaca, jazmines en moñas y don Pedros que por la noche se abrían, olor a la flama levantada por el agua de la regadera refrescando la puerta. Las centellas cruzando el cielo, la tenue luz de la bombilla municipal, los gusanicos de luz que es como les llamábamos a las luciérnagas y que ya desaparecieron.
El rio de mi pueblo, el San Juan era de aguas cristalinas, con barbos, martin pescador y nutrias. Lo mejor los remansos donde entre sus aguas frías aprendimos a nadar al estilo perro. Los días calurosos del verano se nos iban entre sus aguas observando las ondas que los zapateros dejan en sus movimientos, el croar de las ranas y el lento caer de algodones de los álamos, allí sentados sobre un tronco con los pies en el agua los más mayorcillos nos enseñaban a los pequeños. En el invierno sus aguas bajaban negro pestilente del alpechín de las almazaras, hoy ni negras ni cristalinas simplemente no bajan.
Saquito por jersey, remanece o arremanece por los orígenes, barruntar por predecir, exento y exentura esta palabra es preciosa (tiene su origen en la época de frontera entre los cristianos y los nazarís donde los señores colonos quedaban exentos de pago de impuestos e incluso de rendir cuentas con la ley, más o menos como ahora pretenden algunos). trepar es tirar algo que está sobre el suelo, gobernar que es poner orden como Antoñico el cabrero que gobernaba los huesos que entonces no había traumatólogo, casi como ahora. Ritranco o arritranco se usa para los trastos que ya no valen e incluso con un poco de mala leche para los mayores, como unas narrias viejas para quien se descuajaringa, hace ruido, le suenan los huesos, asauras o ejraciao para el malafollá. El rey de nuestras expresiones es el chas chas chas (con la mano en la frente) viene de Escucha, Cucha, Cha es una forma de llamar la atención de nuestro interlocutor con una gran economía del lenguaje, si lo acabas con BinditosaDios ya es lo más.
Recuerdo el olor de los dulces de Navidad o semana santa, elaborados por nuestras madres en el horno de leña de Enrique o de Leandro. La matanza del cochino, la sangre en el lebrillo. El olor de las higueras en verano, las guindas en aguardiente, el olor agrio de los hombres cuando venían del campo, la ropa tendida sobre la yedra, el frio de la cama en invierno, las pajaritas que te salían del pecho cuando la niña que te gustaba te sonreía…
Podría contaros algunas tristezas, las penurias que pasaba la gente, los entierros de niños, la furgoneta que se llevaba familias enteras a Cataluña, las bodas de madrugada como si hubiera que pedir perdón por quererse. El silencio colectivo ante algún maltrato, pero ya lo dije, hoy no toca. Hemos superado muchas cosas, vivimos mejor, nos respetamos y la gente que se quiere no tienen que esconderse de nadie.
Sintámonos orgullosos de nuestro origen, de nuestro pueblo, de nuestros padres, de nuestra cultura.
Salud y felices fiestas