La tirilla

Santiago Donaire

Pobres y gordos

Desde hace miles de generaciones, cuando los humanos eran recolectores y cazadores, cuando los recursos alimenticios menguaban con la llegada del invierno, se sentían llamados a consumir la mayor cantidad posible de comida, tal que osos acumulando reservas previas a la hibernación. Quizás ese sea el origen de la tradicional sobrealimentación ligada a estas fechas, de nuestra rica gastronomía de fin de año, del solsticio de invierno, de las navidades: mantecados, polvorones, alfajores, hojaldrinas, turrones, mazapán, garrapiñadas, almendrados, ochíos, tortas de manteca, pollo en pepitoria, cordero con alcachofas, chicharrones, torreznos… y así fue durante siglos, donde los excesos en la comida quedaban restringidos principalmente a esta época.
Con la llegada de la “abundancia” hace unos 40 años, se fue progresivamente convirtiendo la tradicional excepción navideña en la normalidad durante todo el año, fruto de ello se pasó del hoyo de pan con aceite corriendo en la calle, al bollycao con bebida azucarada delante de la pantalla, del potaje de lentejas en casa a las hamburguesas Big Mac en la calle.
Hoy después del hambre, la obesidad es el principal problema alimentario del planeta y afecta, sobre todo, a las personas con menos recursos económicos. Por primera vez en la historia, los pobres son gordos y los ricos, esbeltos. Quien pertenece a una clase social más desahogada tiene más disposición a evitar los productos elaborados, a no comer carne en exceso, a consumir verdura, fruta, productos biológicos, frescos, invertir en salud y hacer deporte. Mientras las clases más desfavorecidas, prefieren alimentos de bajo valor nutricional, alto poder energético y adictivo, sin preocuparse por las consecuencias que para la salud eso conlleva. Cada día los niños hacen menos ejercicio y están más enganchados a las sedentarias y estresantes videoconsolas.
Jamás tuvimos tan a mano tanta comida en la nevera, la calentamos en el microondas con el mínimo esfuerzo y la comemos mirando la televisión. Nunca en la historia de la humanidad, al menos en los países occidentales, había habido tanta comida, tan fácil de obtener, tan gustosa, tan barata.
Más vale que vayamos poniendo la calidad de la alimentación entre nuestras principales prioridades, fomentando hábitos sanos desde la niñez, de lo contrario, nuestra salud se resentirá y no solo la física, pues sabemos que los niños y niñas con obesidad son más propensos a tener baja autoestima, depresión y aislamiento social.
Por eso nunca entenderé quienes se oponen a las campañas que el Gobierno de España realiza para que consumamos menos bollería industrial, para reducir la ingesta de bebidas azucaradas, propiciando una vida más sana. Bueno, sí lo entiendo, es más de lo mismo.
Salud.