Sobre nuestras piedras lunares

Manuel Montejo

Abuelos Cebolleta

La pasada semana un ex-empleado de banca afirmaba sin ruborizarse lo más mínimo que los jóvenes de hoy en día son incapaces de ahorrar

Foto: EXTRA JAÉN

¿Pueden los jóvenes ahorrar?

Un buen amigo galduriense me insistía hace poco en la necesidad de visibilizar el drama por el que atraviesa gran parte de nuestra juventud, imposibilitada para iniciar su edad adulta y desarrollar su propio proyecto de vida debido al escenario de precariedad e inestabilidad laboral y el alto precio de los bienes vitales. Y no puedo hacer más que darle la razón, especialmente cuando uno escucha disparates revestidos de un falso y malintencionado "sentido común".

La pasada semana, en un debate televisivo sobre la situación de los jóvenes, un ex-empleado de banca, a la sazón presidente de la asociación de empleados de Caja Madrid, afirmaba sin ruborizarse lo más mínimo que los jóvenes de hoy en día son incapaces de ahorrar porque sólo miran al mañana, no tienen visión de futuro y se dedican a consumir todos sus ingresos, no como ocurría hace 40 años, cuando la gente iba a comprar un piso teniendo gran parte del dinero ya ahorrado. Quizás, en un primer momento, usted pueda llegar a pensar que es cierto; que nuestros jóvenes no viven con las mismas preocupaciones o con las mismas responsabilidades que usted lo hacía a su edad. Quizás yo, también ya con cierta edad, haya llegado a tener en algún momento un fugaz pensamiento de tinte similar. Pero si somos sinceros y  reflexionamos un poco, o si tenemos la suerte de tener cerca a algún joven, nos daremos cuenta de que este nuestro "sentido común" es igual al del "Abuelo Cebolleta" de los tebeos y sólo demuestra un auténtico desconocimiento del mundo en el que vivimos, o mejor, en el que viven nuestros jóvenes.



En primer lugar, no somos capaces de reconocer nuestra responsabilidad, social e individual, en la situación económica que atravesamos ni de lo afortunados que fuimos viviendo el ciclo económico ascendente hasta 2007, tras el cual difícilmente se recuperarán los indicadores de movilidad social previos a la Gran Recesión. Solo por ello ya debería darnos cierto reparo "contar batallitas" o leerle la cartilla a nadie desde una posición de superioridad. Porque, aquí entre nosotros, ¿la capacidad de ahorro o el acceder más fácilmente a bienes como vivienda o coche dependía exclusivamente de nuestro esfuerzo? Porque nosotros lo valíamos, ¿no? Puede que sea así pero yo creo que tiene más relación con el hecho, incuestionable, de que hace 30 años el precio medio de una vivienda representaba 2 o 3 veces el salario medio anual de un trabajador mientras que hoy en día representa unas 10 veces ese salario. Parece que tan fácil no lo tienen estos jóvenes.

Además, aunque podamos seguir opinando mientras ignoramos determinados hechos, no sería justo obviar la evidencia de que actualmente, a diferencia de hace unas décadas, se necesitan dos sueldos para afrontar los gastos fijos, los de manutención, de una familia media, lo que dificulta aún más la capacidad de ahorro. Entonces, en esta situación, ¿cómo vamos a cuestionar el hecho de que nuestros jóvenes no se aventuren a independizarse o a iniciar un proyecto vital?

Por si fueran pocos sus problemas, los jóvenes tienen que sufrir la comparación con nosotros, los Abuelos Cebolleta que vivimos una época dorada económica desde mediados de los 70 hasta 2007, la mayor era de prosperidad, ascenso social y estabilidad desde que tenemos registros. Y, claro, salen perdiendo porque su mundo ya no ha vuelto a ser,  ni posiblemente será, así.

Mi generación, la de finales del siglo XX, ya tuvo que lidiar con ciertas dificultades a la hora de afrontar el mercado laboral. Habíamos crecido con la idea, alimentada bienintencionadamente por nuestros padres, de que si teníamos una titulación universitaria conseguiríamos un trabajo estable y bien remunerado y podríamos tener un futuro digno y feliz. Sin embargo, fuimos tantos los titulados universitarios, a diferencia de los pocos que había en la generación de nuestros progenitores, que se saturó el mercado laboral, imposibilitándose así que todos pudiéramos alcanzar esa promesa de prosperidad. Fuimos los primeros en los que había algunos casos de jóvenes que se esforzaban pero no conseguían "vivir mejor que sus padres".

En las décadas siguientes, esta situación ha empeorado hasta el punto que hoy nos encontramos con un mercado laboral fallido, con salarios basura, explotación y "oportunidades" sólo para unos pocos, mientras los precios están disparados y se han reducido los derechos sociales (sanidad, vivienda, etc.)

Los jóvenes, que hoy pueden llegar hasta los treinta y cinco años en esta situación, han sido los grandes perjudicados de la doble crisis que hemos vivido, la de la explosión de la burbuja inmobiliaria y la actual. Tras la crisis de 2008, el paro pasó del 8% al 26%, sin embargo el juvenil se disparó del 17% al 56%. Hoy ha pasado algo similar. Mientras el paro general ha llegado al 16%, el juvenil alcanza el 40%. En Andalucía concretamente, más de la mitad de los jóvenes está en paro. De esta forma, y al igual que en la anterior crisis, las personas que más la sufren son las que menos han contribuido a la crisis, las que menos responsabilidad tienen en su formación. ¿No nos deberíamos sentir responsables de su situación? ¿O vamos a seguir culpándolos mientras los convertimos en las principales víctimas de nuestros errores? Deberías darnos vergüenza observar cómo, según Eurostat, la edad de emancipación de muchos de nuestros jóvenes se sigue retrasando y está ya casi en los 30 años, mientras que es sólo de 19 años en Noruega o 21 en Dinamarca. ¿Quién ha provocado esto? ¿Su falta de previsión o nuestro injusto sistema económico y productivo?

Y, para rizar el rizo, nosotros mismos, esos Abuelos Cebolleta, que los culpabilizan o, incluso peor, quiere hacernos creer que los jóvenes eligen estos modelo socio-laborales porque demandan "flexibilidad" y una "vida loca", alimentamos el "conflicto generacional" como explicación del problema, como si fueran los pensionistas y los trabajadores precarios los que les están robando su trabajo, su sueldo y su futuro.

El incremento de las desigualdades en la distribución de la renta y la riqueza va a continuar y afectará más a los jóvenes. Por tanto, no deberíamos hacer crecer esa "envidia generacional", si no asumir cuáles son los problemas reales y encontrar las soluciones. Si estas generaciones empiezan a saber que van a vivir peor que sus padres también deberían saber que no va a ser por culpa del vecino o de su abuelo, sino del fracaso del modelo laboral y educativo que hemso creado, de que haya quien se beneficia de la subida de la inflación, etc. Hemos sido nosotros, y las generaciones anteriores, quienes hemos ido rompiendo el contrato intergeneracional, algo que debería ser sagrado, y hemos creado una generación vulnerable y "en precario", un problema que difícilmente se solucionará en unos pocos años y que probablemente arrastrarán a lo largo de su vida.

 Se trata de una generación a la que mayoritariamente se les ha dicho "fórmate todo lo que puedas y después accederás a un empleo, a un salario y comenzarás una vida" pero que ahora descubre que eso no es posible. Es una estafa intergeneracional en toda regla, perpetrada por nosotros. Y, ¿encima vamos a culparlos? ¿Por estar sobrecualificados para un mercado laboral que no los necesita?

Los datos no mienten. Nosotros, los Abuelos Cebolleta, somos los responsables de restablecer este contrato. De volver a unificar en el mercado laboral a quienes tienen derechos y trabajos consolidados y a quienes sólo tienen precariedad y aspiraciones. Y para conseguirlo no podemos seguir ignorando la realidad y utilizando nuestros prejuicios. Así que, para empezar, más nos vale desterrar esa superioridad moral del privilegiado a la hora de hablar de nuestros hijos y de nuestros nietos para no olvidar de dónde venimos y qué hemos hecho nosotros con lo que nuestros mayores nos dejaron.