Sobre nuestras piedras lunares

Manuel Montejo

Ficciones

Si no salen de su engaño seguirán sin entender el porqué de los comportamientos sociales

Poco a poco, nos hemos acostumbrado a la distancia que existe entre nuestra vida cotidiana y el discurso público, aquel que nos trasladan los partidos políticos y los medios de comunicación. Cada vez que escuchamos o leemos alguna descripción de lo que supuestamente nos preocupa o nos ocurre, nos da la sensación de que hacen referencia a una realidad paralela, que nada tiene que ver con nuestro día a día. De ahí que, cuando el discurso se enfrenta a la realidad, a la nuestra, aparecen las contradicciones. Así, en las pocas ocasiones en las que podemos dar nuestra opinión, en las elecciones, los resultados suelen sorprender a la mayoría de nuestros políticos y opinadores, quienes, a pesar de las encuestas que continuamente enseñan las tendencias, señalan su incomprensión como signo evidente de que su realidad es otra. El problema es que esa ficción en la que viven tiene una serie de consecuencias para nosotros, normalmente negativas.

En este momento de apogeo de eso que llaman actualidad, en el poco tiempo que media entre dos citas electorales, estamos asintiendo a un espectáculo vergonzante y generalizado. Los partidos se hallan inmersos en luchas intestinas por posicionarse ante el reparto de poder tras el 23J y nos muestran estas discusiones por puestos, números de liberados, cuotas de reparto de subvenciones, etc., sin un ápice de pudor. Esa es su preocupación y lo que ocupa su tiempo y esfuerzo. Nosotros, enfrente, seguimos adelante con nuestros problemas, sabiendo que nada de eso nos afectará y esperando a expresar nuestro malestar de una u otra manera. Por eso, en la noche del 23J volveremos a encontrarnos con la incredulidad ante algunos resultados, bien porque "no sabemos votar" o porque no "participamos del juego de la democracia", sin que se valore que el motivo más importante es la ficción de todo este espectáculo.

Se trata de una percepción social evidente para nosotros pero lejana para quien está en medio del show mediático, que vive apasionadamente la "micropolítica" pero olvida la "macropolítica" cotidiana del resto: por muchas promesas y medidas con las que nos intenten convencer, percibimos claramente que somos unos de los países de la OCDE que más poder adquisitivo ha perdido, hasta diez veces más que Francia, por ejemplo.
Este empobrecimiento generalizado no es una sensación, sino un hecho palpable y constatable con datos. Entre 2021 y 2022, los salarios perdieron un 7,1% comparados con el IPC, lo que nos convierte en el país europeo en el que peor se ha comportado la renta disponible de los hogares. La creación de empleo se ha centrado en el sector público y en servicios de bajo valor añadido (hostelería, comercio y transportes). No hay más. Las medidas que se han tomado, los pactos que se han alcanzado para el futuro y las promesas que nos hacen para el próximo mandato, no alcanzan para recuperar esto. Y esta realidad provoca una sensación de desamparo e incertidumbre ante el futuro, frente a la que no se encuentra alternativa ni solución. Esta vulnerabilidad es nuestra realidad y nuestra preocupación. El resto son ficciones para nosotros, que nos pillan demasiado lejos.
Para evitar este desamparo, podríamos pensar que centrarse en lo local, en lo más cercano, nos permitirá afrontar los problemas desde otra perspectiva, más próximos a una solución. Pero, desgraciadamente, nos encontramos más de lo mismo, aunque a otra escala. Ante las conversaciones para avanzar un pacto de Gobierno para nuestro Jaén, lo primero de lo que se ha hablado han sido los cargos, las liberaciones y los salarios, no quiera Dios que alguien vaya a perder dinero por dedicarse a esto de lo público. Y, después, empezaron a enumerar la lista de deseos de nuestros candidatos a los que mandan, a la Junta o al Gobierno, demostrando una absoluta falta de autonomía y de proyecto, ya que se mezclan propuestas y modelos totalmente contradictorios, como si fuera posible soplar y sorber a la vez.
Jaén se ha convertido en una pequeña capital administrativa, con una población de pensionistas, funcionarios, trabajadores subcontratados por contratas públicas y precarios del sector servicios y el futuro que nos ofrecen es más de lo mismo, ampliado con otro centro comercial y nuevos apartamentos turísticos. No es un debate sobre si eso está bien o mal; es sobre si es una solución a nuestro principal problema, que es como la pérdida de trabajos, el cierre de empresas y las pobres perspectivas han forzado a emigrar a muchos de los nuestros. Hemos perdido cinco mil habitantes en 10 años, un 4% de nuestra población, y de esos cinco mil jiennenses, casi dos mil tenían entre 25 y 29 años y mil quinientos entre 20 y 24 años.



Ante este drama, la lista de deseos que pretenden solucionar nuestros problemas pasa por centros de ocio y turismo que sustituyan a los obsoletos, centros administrativos que reemplacen a los deteriorados e infraestructuras básicas de las que carecemos. Pero la duda es si estas iniciativas solucionan nuestro problema o sólo son parches "modernos", una renovación estética que alarga nuestra agonía, mientras sigue faltando la inversión real e ideas a medio plazo. Para recuperar población necesitamos empleo que merezca la pena y no solo unos centros más bonitos: readaptación y estímulo para una industria real, áreas de desarrollo que generen puestos de trabajo decentemente retribuidos y aumentar nuestro nivel de vida. No basta con deseos de infraestructuras que se firmen sino exigencias de la inversión que se nos ha hurtado y no va a recuperarse solo por un tranvía, una autovía, un AVE o una Ciudad Sanitaria.

Esas son las necesidades de Jaén, de cada uno de nosotros, los que sólo sabemos que se nos hace muy cuesta arriba seguir viviendo aquí. El resto son ficciones de los que habitan en lo mediático y en su realidad paralela. Los mismos que, si no salen de su engaño, seguirán sin entender el porqué de los comportamientos sociales, de las actitudes de los que viven en un mundo que no puede avanzar como desearíamos. Pero ello no les hace representar más de lo que dicen los votos; que no se engañen también con eso. Porque todo tiene un límite.