Sobre nuestras piedras lunares

Manuel Montejo

Malos funcionarios

La política no es menos y uno de los males más detestables es el del representante público aferrado al poder

En la vida, en cualquiera de sus aspectos, una de las tareas más difíciles es saber retirarse a tiempo; acertar en cuál es el momento adecuado para decir adiós. Todos hemos contemplado a músicos, deportistas, actores o personajes de cualquier otra profesión malgastando su prestigio por no aceptar que les ha llegado la hora de hacerse a un lado.

La política no es menos y uno de los males más detestables es el del representante público aferrado al poder, especialmente cuando se detecta que es capaz de cambiar de ideas, de justificar su comportamiento contradictorio o de aliarse con quien sea con el único fin de mantenerse en una posición de privilegio. Y da igual cual sea ese poder: desde un puesto en un gobierno hasta el control de su partido o de la minúscula facción que ha creado. Cualquier espacio que alimente suficientemente la vanidad es propicio para no ser abandonado.



Se trata de un comportamiento que está al margen de la ideología y de los argumentos que se utilicen para conseguirlo. Si cualquiera de nosotros echa la vista atrás, u observa el panorama político actual, encontrará multitud de ejemplos, muy distintos entre sí pero que comparten un mismo elemento: el mesianismo. La creencia personal de haber sido "elegidos" (sea por Dios, el destino, la "revolución" o váyase usted a saber por quién) y de poseer unas cualidades únicas para "guiar" a su gente (sus vecinos, sus compatriotas, sus compañeros, etc.) a un futuro ideal y feliz, que sería inalcanzable sin su presencia.

Esta posición privilegiada se mantiene haciéndonos creer que son los únicos capaces de ofrecer soluciones para todos los problemas existentes y que pueden anticipar los hechos futuros gracias a sus amplios conocimientos. La justificación de su poder conlleva rodearse de una cohorte de interesados que son utilizados como guardaespaldas, defensores y recaderos del líder, el ser que ha sido tocado por una varita mágica.

Esta descripción, algo exagerada, no exime de que los ideales y objetivos iniciales de cualquiera de estos políticos en los que estamos pensado fueran loables y entregados a una causa que creían justa y necesaria. Sin embargo, el perpetuarse en una posición privilegiada los aleja de ese afán de servicio público y los va acercando al nepotismo y a la corrupción, en el peor de los casos, o simplemente a la disfunción del grupo, del partido, la que no permite una relación adecuada entre personas y un enriquecimiento del mismo, ocupado siempre por las mismas personas y los mismos discursos.

En mi tradición, hay un texto del dramaturgo alemán Bertolt Brecht bastante celebrado. Es aquel que viene a loar la importancia del compromiso político: "Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles."

Sin embargo, en muchas ocasiones parece que se ha extraído una enseñanza errónea de esta cita, posiblemente la peor leccion de todas. Así, estamos rodeados de "lideres" que se sienten y se hacen imprescindibles, estando delante o detrás de las cámaras, pero manteniendo siempre el control sobre lo que se hace o se dice, por ser ellos los poseedores de la verdad y los garantes del éxito político.

Por ello, para evitar esta mala interpretación, se debería repasar otro texto del mismo Brecht, una anécdota sobre un "funcionario indispensable” que resulta una crítica a todos aquellos que se perpetúan en un cargo. Nos cuenta los elogios que recibía un funcionario con bastante antigüedad en su cargo y del que se decía que, por su eficacia, resultaba indispensable. Ante tal afirmación, se le preguntaba a los compañeros del funcionario el significado de "ser indispensable" y estos respondían que "el servicio no podría funcionar sin él". Nuestro autor concluía que entonces no debía ser tan buen funcionario: un buen funcionario haría que el servicio funcionara sin él y había tenido tiempo más que suficiente para organizarlo de tal forma que su persona no fuera indispensable. Entonces, se preguntaba, "¿en qué ocupa su tiempo? Yo mismo os lo diré: ¡en extorsionar!”. Es decir, en medrar y confabular para hacerse imprescindible.

Lo mismo sucede en política: demasiado tiempo y esfuerzos dedicados a mantenerse en las posiciones de poder, por minúsculo que éste sea, y pocos destinados al servicio público. No son líderes sino simplemente malos funcionarios.

Todos sabemos lo que significa el poder, como hace crecer el ego y podemos entender lo que cuesta pasar de ser centro de atención a un simple ciudadano, pero lo saludable, para estos líderes, para los que lo rodean y para el resto, es una retirada a tiempo.

En estas decisiones, en crear equipos más capaces que uno mismo y en promover la alternancia, es donde muchas veces se juega el futuro de las instituciones u organizaciones a las que se dice servir, siendo ésta la labor principal de cualquier funcionario o servidor público, especialmente de esos líderes que se sienten ungidos para dirigirnos hacia el porvenir.