Pepe Olivares no ha muerto. La tierra no puede serle leve porque él es la tierra. Una tierra que jamás ha sido ni puede ser leve y ajena. Él me lo enseñó, sin enseñar, como ese maestro humilde y tranquilo que hace y no dice. Nos lo enseñó a todos, en un olivar que es un mar bravío, en el quejío de un rostro flamenco, pero no sólo ahí. También en esa tierra sembrada que son sus hermosos hijos, sus nietos. Nos lo enseñó viviendo, como vive.
Me niego a no poder sentarme a conversar con él, nuestra conversación sigue siempre, está en el paisaje, en los amigos, la familia. Una conversación que se extiende a otros lugares, que no para y se detiene con él nunca. Una conversación fuera de lo común de cuanto nos es común, de lo que realmente nos une, de lo que es importante.
Estos días habrá obituarios en los periódicos, las noticias hablarán de su muerte, pero no os engañéis, Pepe no ha muerto, abrid la ventana, respirad hondo, mirad, mejor aún, intentad ver hacia el horizonte, el paisaje, la tierra. Está ahí.