Como dice el refrán, de bien nacidos es ser agradecidos. Muchas veces, entre las prisas y los problemas, no somos capaces de parar y reflexionar para agradecer lo que tenemos y lo que vivimos. Ni siquiera nos damos cuenta de que hay gente que nos hace la vida más fácil. Esta fue la lección que le quiso dar a sus alumnos un profesor de filosofía al que se le ocurrió, en la última pregunta de un examen, poner lo siguiente: ¿cuál es el nombre de la mujer que limpia nuestra clase durante el recreo? Nadie sabía la respuesta y consultaron si esa cuestión valía para la nota final. El maestro respondió que claro que sí. Que él no estaba solo para que aprobaran su asignatura sino para enseñar. Tras algunas quejas en vano, ninguno de ellos consiguió un diez pero así fue como aquellos jóvenes aprendieron que todas las personas son importantes. Que hasta los pequeños detalles merecen nuestra atención y que, al fin y al cabo, en la vida, hay que cultivar el amor de la clase que sea.
“El amor de la clase que sea” es el cuarto y último álbum que la banda “Viva Suecia” ha lanzado el pasado jueves 6 de octubre. Un trabajo discográfico que no aporta nada nuevo. Que, salvo excepciones en algunos textos de calidad, en un par de melodías trabajadas y, por supuesto, en las insignes colaboraciones de Leiva, Luz Casal y Dani Fernández en tres de los temas, no es lo que se espera de un grupo con esta trayectoria. No, no se trata de un disco malo. Ojalá. Es peor. Estoy hablando, por desgracia, de que es aburrido. De todas formas, llegados a este punto, solo queda mejorar y algunas de las soluciones, aunque drásticas, son muy sencillas. La principal es evidente: anular los teclados. Prohibirlos. Si bien no contribuyen a nada en todo el álbum, en algunas canciones, sobre todo, molestan. A veces convierten el tema en un anuncio de compresas como ocurre en “Hablar de nada” y, otras, lo hacen inmaduro o tonto como en “No hemos aprendido nada”. En “Hacernos polvo” y en “El mal” no quiero entrar a calificar los arreglos en las teclas porque solo me salen palabras como horrible o estúpido. La voz de Rafa Val, el vocalista, se queda siempre en ese rincón de la cueva donde no llegan las emociones. Durante toda la escucha, estás esperando que arranque y no lo hace. Su tono, en muchas ocasiones, resulta insípido como si él, al igual que el que escucha, también se aburriera. La sensación que da es que el álbum está sacado para aprovechar el tirón que tienen ahora; no porque tuvieran algo que ofrecer. Eso sí, no puedo decir que las letras sean malas. Lo cierto es que contienen frases brillantes que llegan a deslumbrar pero con ausencia de adjetivos y, por lo tanto, de metáforas y comparaciones. Es como cuando permitías al empollón de turno que te hablara de sus hobbies para que te dejara fotocopiar sus cuadernos. De repente, veías que era inteligente y que hacía cosas interesantes… mas te aburría. Aquí, “Viva Suecia” no para de mostrarnos un universo interior que no nos importa demasiado pese a que hay destellos fulgurantes. Además, suelen caer en tópicos de coach amateur que pretenden educar y, entonces, cansado de escuchar y aún a riesgo de que no te deje los apuntes, es cuando le dices al sabiondo pardillo que no te va a convencer de que ninguna marca de cerveza sin alcohol está buena y sabe igual que las normales.
Como no me gusta ser negativo, hay dos cortes que merecen vuestra escucha: la primera que se llama “El bien” y la guitarrera “Lo que queda de cariño”. Sin embargo, “Viva Suecia” comete el fallo de terminar un trabajo aburrido con una lenta. Esto, sin duda, te deja más hundido aunque el motivo sea muy hermoso. Se trata de un tema donde, al final, expresa la gratitud a su mujer por haber estado siempre ahí a pesar de todo. Una canción que no podía llamarse de otra manera que no fuera “Gracias” y, como dice el refrán, de bien nacidos es ser agradecidos.