El ocaso de los perdedores

Rubén Beat

Mandelstam

Acerca de la figura de Stalin

Año 1933. La gran Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, es gobernada por las terroríficas manos de Stalin. La capital del gran imperio socialista, está siendo diezmada de intelectuales y científicos no afines al régimen. La aristocracia también ha sido desalojada de Moscú y quienes no han acabado en los campos de trabajo y exterminio, viven desterrados en la pobreza, muy lejos de las grandes ciudades. Poetas y escritores, son perseguidos, por no ensalzar en sus manuscritos la figura del dictador como eje principal del Partido, la Unión y la Revolución.

Stalin tiene más poder del que jamás tuvo el propio Zar, y lo utiliza para satisfacer sus más crueles ansias dictatoriales. Nadie escapa a su alargada sombra mortífera, y utiliza como guadaña a la GPU, su policía secreta: la Checa, posteriormente calificada como KGB.
Poema de Mandelstam sobre Stalin.

“Vivimos insensibles al suelo bajo nuestros pies,
Nuestras voces a diez pasos no se oyen.
Pero cuando a medias a hablar nos atrevemos
Al montañés del Kremlin siempre mencionamos.
Sus dedos gordos parecen grasientos gusanos,
Como pesas certeras las palabras de su boca caen.
Aletea la risa bajo sus bigotes de cucaracha
Y relucen brillantes las cañas de sus botas.
Una chusma de jefes de cuellos flacos lo rodea,
Infrahombres con los que él se divierte y juega.
Uno silva, otro maúlla, otro gime,
Sólo él parlotea y dictamina.
Forja ukase tras ukase como herraduras.
A uno en la ingle golpea, a otro en la frente,
En el ojo, en la ceja,
Y cada ejecución es un bendito don
Que regocija el ancho pecho del Osseta”.


Stalin agoniza en la cama a sus 75 años. Demacrado por el paso del tiempo y el peso de sus crímenes, ve pasar por su mente millones de fantasmas, que desfilan sin mirada propia, con los ojos convertidos en pozos oscuros por el dolor, el sufrimiento y la tortura. Pero he aquí, que un espectro le mira fijamente, no ya desde su mente sino desde el exterior, en el mismo dormitorio en penumbras, entre enormes cortinas rojas. Stalin se percata de su presencia, lo poco que le queda por sentir a su piel, hace que se estremezca. Los ojos del espectro son brillantes como lunas llenas iluminadas por un sol tardío. ¡No puede ser! –piensa. — ¡Es Mandelstam!



El mismo espectro de Stalin, sigue a Mandelstam por una infinidad de imágenes terroríficas:
Arrestos humillantes y violentos. Torturas en los calabozos de la policía secreta. Dolorosas delaciones a amigos y familiares, para salvar la vida. Deportaciones de familias enteras. Hambre, sed, olvido, impotencia, muerte, asesinato…

El espectro de Stalin enloquece, y su cuerpo empieza a convulsionar agonizante, faltándole el aire.

—Mandelstam: Esto es lo que ha vivido y muerto, tu pueblo durante décadas. Y tú, siendo artífice y responsable, no has sabido siquiera soportarlo ni cinco minutos, ¡qué pronto has enloquecido, espectro! Y sin embargo, ¡qué fuerte es el pueblo de Rusia!
Stalin muere pronunciando todavía dos últimas sentencias de muerte:
¡Mandelstam! ¡Mandelstam!