Desde la pandemia, algunas veces con acompañamiento fotográfico, al alba de cada día escribo en mi cuenta de Twitter (ahora X) la frase que encabeza este artículo. Es una especie de santo y seña, y no sé -esa es la verdad- cómo ni por qué se inició este saludo que es una mezcla de cortesía y educación (buenos días) con un latiguillo a modo de consejo/deseo para que todo vaya bien: prudentes días. La prudencia viene del verbo latino “provídeo-ere”, que significa ver de lejos o prever. Creo sinceramente -y lo he repetido hasta el infinito- que a nuestros políticos (y a muchos dirigentes y, en general, a los seres humanos) les falta prudencia para encarar las crisis que nos acechan y, en muchas ocasiones, sus inevitables consecuencias. Y digo bien, no imprudencia sino prudencia: la capacidad de anticiparnos y de pensar sobre los riesgos posibles que ciertos acontecimientos conllevan, adecuando nuestra conducta para no recibir o producir perjuicios innecesarios, sobre todo cuando se tienen responsabilidades públicas. Heráclito dejó escrito “espera siempre lo inesperado o nunca lo lograrás”; una máxima que nos sirve para reflexionar y, además, juega como frontispicio y lema para practicar la innovación pero también para cultivar la anticipación, es decir, la prudencia.
Si el don es la gracia o habilidad especial que tenemos para hacer algo, parece claro que en estos pocos meses de legislatura nuestros actuales dirigentes han demostrado ser unos perfectos inútiles en la gestión de sus asuntos, que son los nuestros; es decir, el común, lo que a todos interesa. Así las cosas, esperar lo inesperado, como pedía Heráclito, se ha convertido no en posibilidad sino en certeza. A nuestros políticos les ha faltado prudencia para encarar las crisis (la amnistía es un pedazo de crisis, como lo es la corrupción) y todos los males añadidos que las acompañan. Ni la amnistía es un cisne negro del que no se tuvieran noticias ni la corrupción (divino tesoro) y el ‘koldogate’ eran algo que no se vieran venir y que los medios de comunicación no hubieran dejado de anunciar hasta el hartazgo. Nuestros dirigentes se olvidaron de que el camino del liderazgo -y para su ejercicio los elegimos- tiene que ver más con el ejemplo y la acción que con la palabra, sobre todo si las declaraciones públicas son falsedades y mentiras para derivar las culpas a otros y olvidarse de las propias responsabilidades. Y, a pesar de la creciente desconfianza ciudadana en sus mandamases, también hay que recordar la perentoria necesidad de practicar la responsabilidad individual, algo que -hasta donde conozco- todavía no se ha hecho presente. Ese ejercicio de responsabilidad individual, como es la crítica sin crispación y la denuncia constructiva, contribuye necesariamente a la limitación racional y moral del poder y de las ambiciones, que es siempre una cuestión clave. Es el famoso equilibrio de poderes de la democracia. Un dirigente, un líder que quiera serlo realmente, tiene que convertirse en autoridad, es decir en hombre o mujer con valores, ambiciones autolimitadas y respeto a la Razón y a la Verdad. Eso no ha ocurrido ni está ocurriendo.
Liderar es educar, lo he repetido mil veces, seguramente más. La educación -conocimiento más reflexión- es el mejor bálsamo contra casi todos los males. Todos nos debemos a la búsqueda de la Verdad y de la moralidad que va unida a la Verdad, los grandes fundamentos, junto a la crítica, del progreso de Occidente. Y sin libertad de pensamiento, como nos advierte Emilio LLedó, la libertad de expresión se degrada porque solo sirve para decir tonterías.
Todavía tengo esperanza porque, como nos enseñó Borges, “el futuro no es lo que pasará; el futuro es aquello que haremos” y, como cada dia sale el sol, me despierto agarrándome a la vida con las palabras del escritor Salvador Compán: “Amanecer. Largo vuelo de la luz: todo es horizonte.”
Juan José Almagro
Estilo olivarBuenos y prudentes días
Liderar es educar, lo he repetido mil veces, seguramente más. La educación -conocimiento más reflexión- es el mejor bálsamo contra casi todos los males