No hace mucho, y lo comenté en estas páginas, me referí a un estudio -Remitly, una consultora financiera era la culpable- que recogía los trabajos más deseados, o más populares, en cada país del mundo: mientras los alemanes sueñan con ser profesores, los franceses aspiran a ser abogados y en Italia se busca más ser emprendedor. En España la profesión más buscada es la misma con la que se identifican en la mayoría de los países latinoamericanos: “influencers”. Casi nada al aparato…
Claro que los influencers que en el mundo son y así se consideran, a mi juicio, se agrupan en diferentes categorías : los que se ganan la vida con esta actividad, en el fondo puros mercenarios pagados por las marcas cuyos productos y/o servicios publicitan; los que sin cualificación alguna (salvo su escasa y efímera fama/notoriedad) pretenden, anunciando las cosas más peregrinas, ingresar euros y en ello se afanan, y peor para ellos; los tontos del haba, pobrecitos influencers aficionados a los que no hay por dónde cogerlos; y, aunque pueden existir otras, la categoría de los que desde Facebook o cualquier otra red fecal se dedican a publicar, legítimamente, las fotos que consideran oportuno adobar con sus propios comentarios y no aguantan nunca las criticas; los que creyéndose poetas, nos atiborran con los versos que escriben sin descanso como si no hubiera un mañana; y aquellos que vierten su opinión sobre un sucedido, un evento o sobre la importancia o belleza de cualesquiera acontecimiento de su pueblo/ciudad/región/país que, naturalmente y como no podría ser de otra forma, casi siempre es lo mejor del mundo, y que nadie les diga lo contrario. Esta última categoría es peligrosa porque sus integrantes se ufanan en proclamarse autodidactos, y a mucha honra. Se olvidan de aquello que nos enseñó Antonio Machado en su Juan de Mairena, un texto imprescindible cuando de educación hablamos: “Se dice que vivimos en un país de autodidactos. Autodidacto se llama al que aprende algo sin maestro. Sin maestro, por revelación interior o por reflexión autoinspectiva, pudimos aprender muchas cosas, de las cuales cada día vamos sabiendo menos. En cambio, hemos aprendido mal muchas otras que los maestros nos hubieran enseñado bien. Desconfiad de los autodidactos, sobre todo cuando se jactan de serlo.” Y como de desconfiar se trata, es obligado también -sigo con Machado- apartarse de los “paletos perfectos”, como los llamaba don Antonio, los que nunca se asombran de nada; ni aún de su propia estupidez. Da igual que los paletos (los políticos también) estén a estribor, a babor, en la proa o atrás, en la popa.
Como la Semana Santa ya ha pasado y no quiero que me crucifiquen a destiempo, sabedor de que algún día me pondrán a caer de un burro, he decidido, por ahora, no darme de baja en las redes fecales, pero si no hacer comentario alguno más allá de publicar los artículos de opinión que escribo para algunos medios, agradecer su lectura y aguantar con talante las críticas; y no me privaré de lanzar mi diaria jaculatoria, -“buenos y prudentes días”- con la que renazco cada mañana, sabedor de que nadie es más que nadie y servidor menos que nadie. Feliz Pascua de Resurrección.