Decía Rousseau que esa opinión común sobre algo, a la que llamamos reputación, es para el hombre “como su sombra, que unas veces le sigue y otras le precede; unas veces parece más larga que él y otras más corta”. La reputación es para el hombre, y también para las empresas e instituciones, para las asociaciones y para todo lo colectivo, una especie de lupa o espejo de aumento, y empieza siempre en nosotros mismos, porque el que desea que lo reconozcan es menester que sea el primero en estimarse. Tan frágil es, y ejemplos no faltan, que un solo acto puede derribar la reputación construida a lo largo de muchos años y, seguramente, muchos otros actos no pueden retenerla y devolverle su original aprecio. La reputación se construye siempre con enorme dificultad y se arruina muy fácilmente.
La imagen -la representación o apariencia que proyectamos de algo- es el complemento de la reputación. Una y otra son hoy objeto de culto, más desde la aparición invasiva de las redes sociales/fecales. Igual que se crean ‘influencers’ (y se compran ‘followers’) se puede “fabricar” la reputación, como se puede construir una imagen dura, suave, con aristas, simpática, creíble o fuerte. En su libro ‘Non Olet’, el recordado Rafael Sánchez Ferlosio sostiene, a propósito del prestigio de las marcas (de su reputación), que se concentra “en una especie de carreras por superarse unas a otras en lo que suele llamarse calidad, aunque ya casi siempre medida, en mayor o menor grado, o incluso falseada, por la mejor o peor fortuna del respectivo acierto en el terreno de la publicidad: esta puede elevar, en ocasiones, a una marca a tal nivel de fama y difusión que resulte prácticamente inalcanzable en la palestra de la mera calidad”.
Olvidamos los humanos que no podemos empeñarnos en construir castillos en el aire, edificando reputaciones sobre barro o basándonos en mentiras ilusorias fruto del dinero, de las ansias de poder, megalomanías y endiosamientos. La mitología nos enseña que el príncipe Belerofonte, que se creyó dios porque con la ayuda de la diosa Atenea había dado muerte a la Quimera y montado a Pegaso, acabó su vida como lo que era, un simple mortal. Zeus, el padre de todos los dioses, le envió un tábano que, tras picar y encabritar al caballo alado, hizo caer a Belerofonte de su grupa cuando este -creyéndose dios- se dirigía al Olimpo. La caída le devolvió a su humana y, desde entonces, tullida realidad. Muchas veces, las personas (y las empresas) se afanan por conseguir lo imposible, y así nos va. Nos ciegan las imágenes y las apariencias, como nos enseñó Platón con su famoso mito de la caverna.
Cuento todo esto porque hace pocos días se ha presentado el informe anual “Approaching the Future 2024”, que analiza las tendencias en reputación y gestión de intangibles. Como siempre, un trabajo impecable de Corporate Excellence en colaboración con CANVAS, Global Alliance y Punto de Fuga que se consolida como una interesante herramienta estratégica para las organizaciones en el contexto actual, como dicen sus autores: “En este momento de cambios e incertidumbre constante, la reputación es más importante que nunca. La construcción de confianza es una tarea primordial para las organizaciones, algo completamente en sintonía con los desafíos que se planteaban a principios de año en Davos bajo el ‘leitmotiv’ “Reconstruir la confianza”. La reputación, insisten, no puede entenderse sin la comunicación como palanca motriz en la gestión empresarial.
En el mundo empresarial lo hemos dicho repetidamente: comunicar debería ser el arte de involucrar a los grupos de interés en un proyecto y en unos objetivos comunes, a partir de principios y valores asumidos por todos. Y esta tarea debe tener un reflejo práctico en la imagen de la empresa y de sus directivos y empleados. Pero siempre he estado convencido de que, por encima de los mandamases, lo importante es la empresa, que es la que debe estar y aparecer, con alto perfil, en los medios, aunque en estos tiempos la identificación/fusión de personas y empresas (en muchos casos buscada por los interesados; en otros, facilitada por los medios de comunicación y las redes) perturba la realidad. Algunos siempre se creen lo que no son ni serán.
Y siempre, para ser leales, comprometidos y justos, habría que volver a los clásicos, que es una forma de renacer en nosotros mismos, como nos enseñó en el siglo XV la escuela platónica de Florencia. Y aún mucho antes, el gran Sócrates nos dijo que sólo alcanzaríamos buena reputación esforzándonos en ser lo que queremos parecer. No es mal consejo para meditar en verano.