Una molécula de agua se comporta como si fuera un imán, mientras que el aceite lo hace de manera completamente opuesta. Esto se debe a que el aceite es un compuesto neutro que no tiene polaridad, lo cual hace que sea imposible de diluir en agua.
Haciendo un paralelismo pseudocientífico y sociológico, podríamos decir que el progreso es como el agua, un imán para territorios y sociedades libres de componentes oleaginosos no polarizados. Jaén es el aceite neutro impermeable al progreso y los cambios por sí mismo, por mucho que en un ejercicio de cinismo social se empeñe este terruño en reclamar lo que otros territorios ganan en la calle, en las trincheras sociales.
Agua y aceite. Progreso y tradicionalismo conservador. ¿Para qué queremos que la Hacienda de la Laguna, la sierra de Segura o la de Mágina, la Campiña de Jaén sean Patrimonio Mundial? Eso no es para una tierra de fanegas, piensan muchos. Otros callan. Todos.
Las mismas almas oleaginosas que hace unas décadas clamaban contra la declaración de parques naturales de nuestras ricas serranías se retuercen ahora a un palmo de su pronta sepultura, encalada, fachada primorosa de un mausoleo pringoso y podrido en su interior. Son los mismos, más viejos y vetustos en su indiferencia, en su complacencia.
Y callan aquí quienes allí briegan por un futuro distinto, mejor, si cabe. Jaén es una balsa de aceite, medicinal para los poderosos. La Junta de Andalucía se pone de perfil ante la negativa de unos olivareros a que sus tierras, que seguirán siendo suyas y de las que podrán disponer a su antojo sean Patrimonio Mundial. El Ministerio de Cultura se pone de perfil y se limita a señalar quién es el competente para retirar una candidatura. Y los ayuntamientos, con sus vecinos. “No iremos en contra de ellos”, dicen. Bien. En contra de una de las catorce zonas llamadas. ¿Pero quién va con las otras trece zonas? ¿O acaso respiran aliviadas?
Aceite y agua, progreso y Jaén.