La chapa

Carlos Oya

¡El papel se muere!

Disculpen si los he asustado y perdonen los signos de exclamación pero siguiendo al inefable Jiménez Losantos que despertaba a medio país al grito de...

 ¡El papel se muere!

Foto: EXTRA JAÉN

Papel y teléfono móvil.

Disculpen si los he asustado y perdonen los signos de exclamación pero siguiendo al inefable Jiménez Losantos que despertaba a medio país al grito de «¡ESPAÑA SE ROMPE!» (y ahí sigue el país, con las costuras maltrechas pero a ver, es lo mejor que había en esa época), es una excelente manera de llamar la atención ( he estado a punto de titular la columna «¡SEXO!» mas mi educación judeo cristiana detuvo mi mano como detuvo la de Isaac antes de sacrificar a Jacob). Por supuesto el papel como tal no muere, ni siquiera agoniza. La demanda se disparó tras la pandemia en especial por el crecimiento masivo de la paquetería pareja a los pedidos por Internet (por no hablar de esa locura colectiva por el papel higiénico algo que la ciencia estudiará en su momento). Todo de lo que depende el papel ha subido, desde la celulosa hasta las planchas de aluminio para imprimir (con Rusia como mayor exportador) a las conocidas alzas de combustibles y electricidad en general. Al parecer los derivados de celulosa tienen larga vida por delante incluidas las librerías que como cierta irreductible aldea gala se resisten a ser devoradas por el imperio digital.
El papel no se muere pero la prensa en papel sí. La desesperación de mi quiosquero habitual (pues si se acaba la prensa en papel se acaba el quiosquero) me ha obligado a escribir esta columna espoleado por el deber. Los quioscos están cerrando («verbi gratia» el de la Avenida de Madrid) , los vendedores de prensa temen por su futuro porque saben que cada vez la gente compra menos prensa impresa. Hacen números y ven que no llegan. Y ellos no son bancos que puedan diversificar su oferta de tal modo que te venden desde un colchón hasta un Trolex a pagar en 24 cómodas mensualidades. Ellos viven de vender publicaciones periódicas en papel. Y lo mismo que no estoy del todo convencido que el mejor soporte de audio sea el vinilo (otro día hablaremos del cedé) sí que tengo la firme convicción de que la mejor manera de leer prensa es en papel aunque sea algo contradictorio que rompa esta lanza en un medio digital (espero que no me echen) sin embargo, pienso que hay lugar para todos. Los nuevos medios digitales nos han traído la inmediatez, líneas editoriales alejadas de los diarios clásicos (tanto para bien como para mal), nuevas plumas amén de una hemeroteca virtual. Y eso está muy bien. La prensa clásica habla (o debería) desde el sosiego. Va unida a un ritual que brilla especialmente los domingos cargados de suplementos, a café, a paseo, a breve charla con el quiosquero, a abrir el diario en casa en un sillón iluminado por el sol que entra desde la ventana.
Si no echan de menos la prensa en papel les aseguro que echarán de menos todo lo que la adorna.

Además, pongámonos serios, hay un aspecto en el cual lo digital nunca podrá superar al formato físico: no hay color entre llevarse un móvil a llevarse un periódico al cuarto de baño para realizar abluciones mayores. Lo que es, es.