La chapa

Carlos Oya

Hostelocracia

Los municipios, o al menos esa es mi impresión, se pliegan a los deseos de los hosteleros

Teníamos democracia, plutocracia, aristocracia e incluso acracia y ahora este mes de Navidad (y lo que queda) estamos regidos por la “hostelocracia”: dícese del gobierno al servicio de los hosteleros. No se me entienda mal. Al primero que le gusta un buen bar y/o una terraza es a un servidor pero de ahí a la vorágine pascual que algunos hemos sobrellevado hay un trecho. Los municipios, o al menos esa es mi impresión, se pliegan a los deseos de los hosteleros con el mantra de las “Mil y una noches”: “Oír es obedecer”. Tomemos como ejemplo la calle Bernabé Soriano estos días. ¿A qué esos bafles a todo volumen (seguramente quebrantado las mismas ordenanzas municipales del consistorio que les ha dado licencia) por todo el trayecto? ¿Acaso no hay establecimientos (cada vez más) aledaños para quien quiera que le revienten los oídos con “El burrito sabanero” vuelta y vuelta? ¿Por qué parece dicha vía el metro de Tokio en hora punta no sólo por las multitudes sino por la cantidad obscena de veladores y tablados de flamenquito (la relación del flamenquito con la Navidad es algo que se me sigue escapando) y para salir tienes que engancharte a una conga con desconocidos como hacía uno en la feria cuando moceaba? ¿Por qué distintos lugares emblemáticos se ven tomados por barras de cofradías? ¿Y las procesiones después del 24? Cómo decía aquél… “Está el niño recién cagado y ya lo quieren matar” ¿No existe ya la “Semana Santa” donde tienen patente de corso para hacer y deshacer en la ciudad? La respuesta siempre es la misma: es bueno para la ciudad. Me muestro escéptico. Como Descartes acudo primero a mi propia experiencia. Tráfico caótico, cartones sin recoger, marabunta “24 horas party people”, ir de un lugar a otro en pértiga, trenecito del infierno invernal, bandas tributos todas a la vez en todas partes con las mismas canciones (“No puedo vivir sin ti, no hay manera…”) .No, no me gusta como caza la perrilla. Por supuesto me alegro de que los propietarios de bares y garitos, algunos conocidos e incluso amigos míos, saquen beneficio y que esto reporte en el bien común. Esto es matemáticamente cierto. El dinero circula y se pagan más impuestos (en principio, claro...).Hasta ahí llego sin moverme del sofá. Sólo que el circuito se retroalimenta sin alternativa alguna. Se contratan más camareros, se ponen más terrazas y se abren más establecimientos. Eso sí, no veremos cines en la ciudad, salas de conciertos para bandas con temas propios, otra librería, unos ciclos de rock que paguen a los músicos, unas instalaciones deportivas en condiciones, una ciudad más limpia con menos socavones y ratas al anochecer… Creo que eso también “sería bueno para Jaén”. A lo mejor eso de que “es bueno para Jaén” es solo un estado mental. Lo que está claro es que asistimos a una corriente, un devenir por el que esta ciudad y todas se dejan llevar. Es el signo de los tiempos. Y no me gusta.