Mis amores

Juan José Gordillo

Mis amores (once)

Escribir sobre la mentira requiere adentrarse en territorios escurridizos y pantanosos

Había pensado escribir unas cuantas mentiras en este artículo, o como se diga, ahora que están tan de moda. No escribir sobre la mentira como concepto sino narrar o escribir mentiras. Para hacerlo sobre la mentira no estoy preparado y tendría que prepararme, claro. Debería buscar en google o en safari lo que haya sobre la mentira, si es defecto o virtud, si necesaria o un lujo, si pecado o pompa y circunstancia. También indagaría sobre su frecuencia, y los lugares en los que más se miente, es decir, si hay una especie de determinismo geográfico sobre este asunto que incline hacia este vicio o virtud a los habitantes de un lugar por el hecho de nacer en una montaña o en la meseta, cerca de un río navegable o en un páramo (ah, en los páramos de España, al rubio sol durmiendo…), Si podemos constatar que los vascos por serlo aman la ternera vieja, que los andaluces por lo mismo los toros bravos y los valencianos por levantinos el bacalao, al menos su ruta, por qué no curiosear si existen estudios que constaten esta influencia del lugar de origen con la práctica de la mentira como una especie de IGP intangible, un sello de Denominación de Origen Etérea (DOE) por el cual se demuestre, proteja y ampare como más mentirosos a los gallegos por serlo, o a los madrileños de la capital por no serlo (gallegos), por ejemplo, incluso a los catalanes por tampoco ser madrileños. Un follón.

La relación entre mentira y clima, la mentira y el género, ¿miente más la mujer, o el hombre?, la historia de la mentira que no es Una historia de la mentira, la mentira en el mundo clásico, cómo y dónde empezó la mentira, la primera mentira, la última, la media mentira, el caso de la biblia, por ejemplo y por citar una de las cumbres sobre este género, añadirían una amplia mirada a este mundo  o planeta de la mentira que tanta influencia está adquiriendo sobre la verdad, hasta el punto de confundirla en ese marasmo del engaño y el bulo y transformarla en una mentira más.

Escribir sobre la mentira requiere adentrarse en territorios escurridizos y pantanosos, escasamente objetivos pero ineludibles para abordar su naturaleza, razón y uso. La psicología es uno de esos vectores que pueden ayudarnos a entender las causas y efectos de ella. No en vano desde esta “ciencia del alma” se han dibujado diferentes perfiles y caracteres que tienen que ver con este asunto, así la adicción a la mentira, el mentiroso compulsivo, la mentirosa empedernida (obsérvese el reparto de papeles) definen el carácter totalitario con el que la mentira puede acabar con la conducta humana. También la filosofía aporta sensatas explicaciones sobre la práctica y uso de la mentira pues asevera que es con frecuencia una forma de interpretar el mundo, de exponer la realidad aunque sea precisamente falseándola. Y he aquí la cuestión: quién dice qué es mentira y quién qué es verdad. Bastaría citar aquí a Antonio Machado cuando por Juan de Mairena que habla a sus alumnos, dice:



            La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero-

            Agamenón.- Conforme.

            El porquero.- No me convence

El caso, por ejemplo, de las mentiras piadosas es un caso paradigmático desde el punto de vista de la moral y, llegado el extremo, del juicio sobre este caso tan extendido de la mentira piadosa. Mentir para no hacer daño es territorio minado y exige del mentiroso cierto oficio, cierto manejo de lo creíble, no tanto porque lo sea sino porque lo crea la otra persona a la cual se miente, para no hacer daño si, en lugar de esa mentira, se optara por la cruda realidad que es la verdad acontecida. Por tanto psicología, filosofía, moral, son campos de la sabiduría humana y del conocimiento que tienen en la mentira material pesado de estudio y tal vez de conflicto.

Un amigo de mi hijo, hace un par de años, estuvo haciendo unos trabajos relacionados con el cambio climático, en nuestra casa, en la habitación de estudio. El  estudiaba el último curso de Física y pretendía hacer un máster sobre meteorología,. Yo hubiera preferido que se instalara en la habitación contigua, el dormitorio de mi hijo, su amigo, pero como necesitaba un ordenador para trabajar tuvo que hacerlo en esta, en la que escribo estos artículos, o como se diga.

La habitación está orientada al sur. Se ve desde aquí un trozo grande de valle agobiado por olivares interminables, unos montes azules y transparentes y otros más grises y aturdidos hacia el este. El sol del verano hace casi inhabitable esta pieza. Tan solo en las horas tempranas y en las de la noche se puede trabajar bien, y se puede respirar. Las personas que no respiran se mueren a no ser que alguien las ayude y socorra procurándole el aire que necesitan, solo eso, aire. Después de lo que le sucedió al amigo de mi hijo por abusar de este espacio y no hacernos caso por evitar ciertas horas, de no estar demasiado tiempo encerrado, a cal y canto, tecleando y trabajando en el ordenador, soportando el calor insufrible de aquel día de julio, un 23 de julio recuerdo, nadie en la casa pisa este lugar en estos días duros del verano si no es por poco tiempo, agua fría en la mesa y la puerta abierta o entornada para que en caso de urgencia cualquiera pueda entrar o salir con facilidad y no como aquel día, aquel 23 de julio, en el que de milagro, cuando ya todo parecía destinado a su muerte, asfixiado por el sol pertinaz, logró salvar su vida. En la casa, aunque había música en el tocadiscos, que hacía más difícil oír sus gritos, pudimos todos, mi mujer, mi hijo y yo romper el cerrojo de la puerta que parecía insalvable y llegar a tiempo para sacarlo de aquel atolladero, refrescarlo con agua, tumbarlo, hacerle la respiración boca a boca, ver como sus pulmones se abrían y cerraban, gritarle no te rindas, respira muchacho. Le rodeamos; nos vio el cadáver triste, emocionado; / incorporóse lentamente, / abrazó al primer...; echóse a andar... 

Nunca olvidaremos en nuestra casa aquel 23 de julio.