Mis amores

Juan José Gordillo

Mis amores (veinte): Jándula

Juan José Gordillo declara sus amores a la que está siendo la novela del momento, La península de las casas vacías, de David Uclés

Han pasado unas semanas desde que leí La península de las casas vacías, la última novela de David Uclés y me gustaría escribir sobre su lectura, sobre la experiencia de leerla, pero francamente no podré hacer una crítica literaria porque no sabría hacerla y porque seguramente hayas podido leer ya alguna de las muchas que se están publicando sobre ella. Es una novela extensa sobre la guerra civil pero también sobre nosotros los hombres y mujeres de aquellos años que no hemos dejado de ser todavía, que seguimos siendo, igual de generosos y desafectos, tan canallas y traidores, tan enamorados, tan incapaces, tan fieles y nobles como lo somos o podemos ser hoy.

No haré un resumen formal de esta novela que narra tantas historias, ni la vasta documentación que David ha debido manejar, estudiar y contrastar para construir esta obra memorable. Renunciaré a escribir los años que necesitó para escribirla, o los intentos por publicarla hace años, o el número del cuentakilómetros alcanzado finalmente para poder situar con precisión de relojero suizo cada uno de los acontecimientos capitales que narra, aunque se permita traerlos un año antes, unos meses después o resumir en una jornada lo que ocupó tres hojas del calendario, que por algo es una novela, y el surrealismo mágico la atraviesa.

Escribiré entonces desde las últimas sensaciones que se agolpan en el lector nada más leer las últimas palabras del texto, cuando se produce esa consciencia tan compartida, casi universal, entre lectores sobre la valoración urgente, veloz, de lo leído. Uff, qué novela.



1. David Uclés es un brillante escritor que sabe manejar con acierto los diferentes ritmos de una narración; unas veces a velocidad de crucero, como un vendaval, para contar particularmente los acontecimientos bélicos, el movimiento, las decisiones, las directrices estratégicas, el relieve, la muerte y el miedo, la destrucción y la esperanza. Otras, sin embargo, se detiene y explora los detalles de las pequeñas acciones, de las rutinas y costumbres, por ejemplo, de quienes pueblan el núcleo habitacional de esta historia, que es Jándula, con la misma paciencia que sus padres le mostraban cada vez que le decían: hijo mío, ¿todavía no has terminado eso que estás escribiendo?

2. Los hunos y los hotros es un gran hallazgo descriptivo para nombrar quiénes éramos hace casi noventa años. La ortografía elegida creo que sirve para superar el simple significado de los unos y los otros, dándoles cierto grado de categoría que humaniza y viste de carne y hueso aquellos otros términos más usados como las dos españas, más políticos y centrados en las ideologías. Se produce así una humanización de las historias que sitúa al lector en la misma posición todopoderosa del narrador haciendo imposible la apreciación del dolor de hunos como más injusta y desdichada que el dolor de los hotros. No vale sentir rabia contra quienes, con buenas maneras, te introducían en la plaza de toros de Badajoz antes de ser acribillados, si no sientes esa misma indignación por aquellos otros que te ayudaban amablemente a subir al autobús que te dejaría en ese otro destino infernal de Paracuellos. Y no es equidistancia. Es la descripción de un río inmenso de sangre de hunos y hotros que corrió por toda Iberia hasta llenar el volcán que repleto finalmente provoca el agrietamiento de la península de las casas vacías. 

3. Jándula es el lugar donde hemos nacido, el sitio donde moriremos. David conoce Quesada como la palma de su mano, que es larga y afilada, pero sabe que un pueblo concreto y limitado por sus calles y sus afueras no es suficiente para acomodar todas las vidas de sus protagonistas. De este modo Jándula se convierte en escenario que supera lo concreto de Quesada y nos da cobijo. En ella habitamos todos.  (Dicho lo cual hay que ir a partir de ahora a Quesada con más motivos que los realmente existentes como son sus museos y rinranes)

4. El narrador es protagonista, fabricante de historias, delator de acontecimientos que están por acontecer, censor si es necesario, malabarista que cose nuestra historia con hilos extraídos de un mundo desconocido, originados en un ovillo de fuerzas inexplicables que suceden delante de nuestros ojos, opinador sin tapujos, periodista atrevido que dialoga con el mismísimo Franco si es menester, muñidor de tertulias ilustres a las que acuden Alberti, León Felipe, Antonio Machado y Miguel Hernández, María Zambrano y Pablo Neruda y Cesar Vallejo y Nicolas Guillén, y nos permite este narrador todopoderoso mirar por una rendija como Eleanor Rooswevelt le ruega a su marido Francklin que apoye a la República,  y otros acontecimientos, esta vez sí, verdaderamente históricos. Es tan soberbio nuestro narrador que se atreve a pedirte que antes de leer lo que sigue te conectes a unos auriculares, le des caña al volumen de tu reproductor y te dejes llevar por el Miserere mei, Deus (Gregorio Allegri), o que le des más volumen aún y te sometas a las disonancias ampulosas del Requien.II Kirye, de Ligety, que curiosamente ahora estoy escuchando. Un narrador que es todo esto y más, mas nunca impertinente, compañero afable y cómplice de lectura.

5. La guerra civil explica la novela y es el gran escenario en el que transcurren las vidas de más de cuarenta protagonistas, de quienes se quedan en las huertas de Jándula y de tantos otros que la guerra transforma y sitúa en sus principales hitos históricos porque casi siempre hay un jandulense en cada uno de ellos, con los hunos o con los hotros. Todos ellos están vinculados por la sangre a nuestro hombre llamado Odisto, al que todos terminaremos queriendo sobre todas las cosas. Odisto compite con la historia triste de aquellos años por hacerse un sitio, por no dejarse llevar por nadie, por ninguno de los bandos contendientes, sean las rencillas y venganzas particulares, tan cercanas, en Jándula, sean las estrategias bélicas que solo le importan en la medida en que lo alejen o acerquen a Jándula, origen y final. Desconoce cómo han ido muriendo seis de sus ocho hijos aunque sí lleva en su camisa, cosidos sobre un bolsillo, los diecinueve botones negros por cada uno de sus familiares fallecidos. No sabe nada del amor, benditas páginas estas, pasión y dulzura de su hijo José por Jacobo, como tampoco ha podido saber que entre ellos, entre familiares, se pudieron quitar la vida por el fatal destino, ni el  luto de Pablito por hacer lo que hizo, pero sí supo siempre el amor que Fuensanta le tenía. Tal vez no pudo intuir a pesar de su instinto de hombre recto y honesto, astuto también, que la guardia civil, aquella mañana, cuando llamó a su puerta no le iba a felicitar por el nacimiento en el día de antes de Luis, el abuelo paterno de un tal David Uclés.

6. Léela