Abierto por derribo

Manuel Madrid Delgado

Elogio del analfabetismo

Lo más doloroso de todo este cuerpo legislativo y pedagógico que está destruyendo la enseñanza de nuestros hijos es el profundo sesgo clasista que tiene

El punto de partida es algo como esto: “Indagar, argumentar y elaborar productos propios sobre problemas geográficos, históricos y sociales que resulten relevantes en la actualidad, desde lo local a lo global, para desarrollar un pensamiento crítico, respetuoso con las diferencias, que contribuya a la construcción de la propia identidad y a enriquecer el acervo común.” De esa indagación, argumentación y elaboración se pretende que partan los alumnos de 1º y 2º de la ESO en la materia de Geografía e Historia. Es una de las muchas “competencias específicas” que marca la LOMLOE. Para un punto de partida como el que marcan esas competencias, se aplican criterios de evaluación como éste: “Identificar, interpretar y analizar los mecanismos que han regulado la convivencia y la vida en común a lo largo de la historia, desde el origen de la sociedad a las distintas civilizaciones que se han ido sucediendo, señalando los principales modelos de organización social, política, económica y religiosa que se han gestado.” Esto, para evaluar a niños, a niñas, de 11, 12 ó 13 años. Y todo para llegar a “saberes básicos” como: “La transformación humana del territorio y la distribución desigual de los recursos y del trabajo. Evolución de los sistemas económicos, de los ciclos demográficos, de los modos de vida y de los modelos de organización social. La lucha por la supervivencia y el estatus social desde la Prehistoria y la Antigüedad hasta la Edad Moderna”. Venga, otro ejemplo de saber básico: “Identificación y gestión de las emociones y su repercusión en comportamientos individuales y colectivos”.

Multipliquen todo lo anterior por ocho, nueve, diez materias. Y entenderán como entre tanta palabrería, entre esa inabarcable e incomprensible verborrea, la LOMLOE no es más que una degeneración legal y pedagógica que sirve como canto de alabanza al analfabetismo. Porque al final, se trata de eso: de que el alumnado termine la educación obligatoria, en la que habrá pasado diez, doce años de su vida, sin comprender un texto, sin ser capaz de redactar con un mínimo de sentido y de coherencia y sin faltas de ortografía, sin saber quién era Amadeo de Saboya, cómo se resuelve una ecuación de segundo grado o qué tipos de células existen.



Multipliquen por nueve o diez materias toda esa farragosidad nacida en las facultades de Pedagogía, en los laboratorios ideológicos del capitalismo y en los despachos de los ministros progresistas, y entenderán el origen de la continúa devaluación de la enseñanza en España. Sistema educativo el nuestro emperrado en la apuesta por el “modelo basado en competencias” que se aprestan a abandonar en Escocia, por ejemplo, conscientes del daño inmenso que han causado en varias generaciones de estudiantes. Y es que al final es eso con lo que nos encontramos: una profunda estafa educativa, revestida de reluciente palabrería. Hay una parte creciente del profesorado (“profesaurios”, los llaman), conscientes del inmenso vacío que el sistema educativo sometido a los dictados del mercado capitalismo está generando entre miles de estudiantes. Los padres aún no son conscientes, creo, de que mandan a sus hijos a los colegios y a los institutos a que echen el rato indagando en sus emociones, practicando la gamificación o haciendo como que aprenden algo con las nuevas tecnologías. En realidad, el sistema educativo no hace sino producir la mano de obra barata, gregaria, atomizada, que necesita el capitalismo del siglo XXI.

Ya avisó la OCDE, gran impulsora de sistemas educativos como el nuestro, de los riesgos que para el sistema económico basado en la revolución tecnológica supone la mano de obra altamente cualificada (tradúzcase esto por ciudadanos con formación y criterio, o al menos con formación para formar criterio), por cuanto esto se traduce en personas que demandan empleos estables y de calidad. Todo lo contrario de lo que el sistema lleva ofreciendo durante los últimos treinta años: precariedad laboral, precariedad en la vivienda, precariedad en las relaciones, precariedad personal, precariedad generalizada para conseguir seres atomizados y embrujados por el consumismo y el individualismo despiadado. Por eso estorba un sistema educativo que, basándose en el conocimiento, permita ampliar horizontes, abrir puertas, asear ideas: no sea que con un sistema educativo así, los seres humanos del siglo XXI descubran el inmenso expolio económico, social y humano al que están sometidos.

Para evitar eso, todos los poderes económicos del mundo llevan apostando por un sistema educativo “basado en competencias”, que produce en masa esos seres absolutamente incompetentes que necesita el mercado. Lo que nadie podía imaginar es que, en esta cruzada contra el conocimiento, contra el esfuerzo, contra el saber, contra la educación como elemento fundamental de la liberación de los condicionantes de clase y como ascensor social, el capitalismo feroz del siglo XXI iba a encontrar su mejor aliado en el progresismo nacido en las universidades estadounidenses. O tal vez no debería extrañarnos tanto que, en ese medio universitario propio de los hijos de la élite social y económica, se comenzará a hablar de todas las liberaciones menos de la liberación económica, y se fundiera la medalla de “facha” para colgársela al que se atreva a defender el valor de una escuela destinada a enseñar y a dar oportunidades a los hijos de los trabajadores.

Lo más doloroso de todo este cuerpo legislativo y pedagógico que está destruyendo la enseñanza de nuestros hijos es el profundo sesgo clasista que tiene. Precisamente para atornillar a los hijos de los trabajadores en los oficios e intereses de su entorno, se pide que las herramientas educativas (“situaciones de aprendizaje” las llaman) se construyan sobre los “centros de interés” del alumnado: que el hijo del fontanero se interese por la fontanería, que el hijo del jornalero se interese por seguir humillándose delante del señorito, que ya se interesarán por la notaría el hijo del notario y por la judicatura el hijo del juez. Al final, la LOMLOE aplica la máxima de conservación de las especies… y de las clases sociales: cambiar toda la palabrería para volver al punto de partida decimonónico, y que nunca más el hijo de un obrero pueda llegar a la universidad y salir con un título con el que competir con el hijo de un médico, de un profesor y, mucho menos, con el hijo de un banquero o de un alto funcionario apegado a las moquetas del poder. Ya estos se encargarán de llevar a sus hijos a los espacios educativos (de pago, por supuesto) donde se va a aprender, donde la enseñanza y el aprendizaje se basan en conocimientos y en el callado esfuerzo que se requiere para adquirirlos.

En un país donde la conquista de una educación pública que permitiera la liberación de los humildes y el amejoramiento de los humillados, fue siempre una máxima de nuestros hombres y mujeres mejores, la LOMLOE es una burla terrible a esos valores de la igualdad, la libertad y la solidaridad. Nunca un elogio tan ridículo y descarnado del analfabetismo se había apoderado de los colegios, los institutos y las universidades españolas. El día que las familias descubran la gran estafa a la que sus hijos han estado sometidos todos estos años, será tarde, muy tarde.