Esta nueva y equivocada cultura de la inmediatez, del falso carpe diem sin raíces y del constante atraco sin devolución ni sosiego al que nos somete el “aquí y ahora”, ha dejado una víctima apuñalada y abandonada en mitad de una calle olvidada: la nostalgia. Así, empeñados en que solo hay que vivir el presente y, sobre todo, en que el pasado no existe, han conseguido que aquella bella mujer de media sonrisa y mirada perdida que solía recordarnos lo que fuimos, denigrada, se desangre. Aquella que triunfaba en el Romanticismo, impregnaba de seducción los versos de Aleixandre y daba compañía en “Cien años de soledad”, sí, a esa le han denegado el permiso de residencia para esta deshumanizada y acelerada sociedad. No obstante, quizá quede algún reducto de inteligencia. Hace unos años, en la universidad de Southampton, el profesor Constantine Sedikides lideraba un estudio que concluía afirmando que la nostalgia fortalece nuestra identidad, que al evocar y comprender acontecimientos pasados podemos entender quiénes somos hoy. Decía, también, que se trata de un mecanismo de supervivencia en malos momentos y que, con ella, se empieza siempre un proceso de reconstrucción.
Como se supone que escribo sobre música, os diré que, seguramente, el género más relacionado con la nostalgia sea el tango. De esta manera, embarcado en mi propio proceso de reconstrucción, tenía que viajar a mi añorada Jaén para vivirlo y escucharlo porque el pasado sábado 9 de julio, “Los Arrabaleros”, aunque nos contaron alguna “milonga” y nos dieron bola con algún bolero, ofrecieron un magnífico espectáculo colmado de tango cautivando a un público fiel y entregado que llenó la sala de “La Mecánica”. Junto a un desbordante Javier Arnal que interpretó con fervor un par de temas y ha producido el disco que esa noche presentaban llamado “Almas Jamelgas”, la banda jiennense, en un generoso concierto, consiguió, gracias a una cultura hermana, fortalecer identidades y conmover sensibilidades. Las tildes de pasión fueron marcadas en instantes precisos por un trío de metales con Guillermo López al saxo y al clarinete, Juan Gallego al trombón y Francisco Vicente Santiago a la trompeta. José Manuel Rodríguez mecía las melodías a la brisa de su viola y la magia flotaba en el ambiente a causa de las inspiradas composiciones de Kike Ganso en temas como “Flores de fregadero”, “Mañanitas de escafandra” o la homónima a este álbum. El escritor Jesús Tíscar dejaba su impronta canalla en “Te he visto en el Facebook” y el también escritor y periodista Raúl Beltrán firmaba una sublime adaptación del “Dance me to the end of love” de Cohen titulada “Baila, mientras canto amor”. Terminando con las insignes colaboraciones, en la ranchera “El último trago” de José Alfredo Jiménez que fue popularizada por Chavela Vargas, la dulzura de Maribel Gutierrez, vocalista de “Merrie Melodies”, fue la cómplice perfecta para que Herminia Martínez, la gran “María Guadaña”, que venía de actuar nada menos que en el “Madcool”, nos desgarrara y jugara con nuestro corazón hasta que, como siempre, volviera a enamorarnos perdidamente.
Los Arrabaleros estremecían cuando emocionaban y, al emocionar, estremecían. Rafa Hidalgo demostraba otra vez que de su guitarra sale poesía en tanto que la solemne y sabia base rítmica de Ángel Garrido al contrabajo y Juan Claudio Perabá a la batería nos recolocaban frente al descontrol de sensaciones percibidas que, una tras otra, nos invadían. El máximo culpable de este abordaje a lo más recóndito de las entrañas, la nube negra que provocó esta tormenta de sentimientos y líder de esta mafia que bombardea al espíritu no es otro que el conocido como Emilio “Ambolias” Ramos. Excepcional maestro de ceremonias y elegante frontman que, con voz profunda, canta a través de unas energías y vibraciones no estudiadas por la física.
Y mientras todo acababa en una festiva hermandad, así fue como Los Arrabaleros, el pasado 9 de julio durante la presentación de su álbum “Almas Jamelgas”, nos regalaban un concierto digno de ser recordado con nostalgia en procesos de reconstrucción para sobrevivir a esta nueva y equivocada cultura de la inmediatez, del falso carpe diem sin raíces y del constante atraco sin devolución ni sosiego al que nos somete el “aquí y ahora”.