Que digo yo una cosa. Cuando los negacionistas del cambio climático, terraplanistas, antivacunas, aquel que decían que nos metían un «chis», los que opinan que siempre ha habido idas y venidas del clima y que ahora solo tenemos chiringuitos climáticos que matan, esta gente, cuando enferman o sienten que padecen alguna enfermedad, ¿a dónde van?, ¿al médico o a un chamán de alguna tribu perdida del Amazonas? ¿Y cuando tienen que hacerse una casa? ¿Confían en el arquitecto, en quien fabrica el hormigón, en los que hacen los ladrillos? Venga, un pasito más. ¿Nunca se ha parado esta gente a pensar que las matemáticas pueden ser un invento del mismísimo demonio (666)? El número PI, la serie de Fibonacci, el teorema de Pitágoras, las ecuaciones del campo de Einstein, la identidad de Euler…
No sé si os habéis dado cuenta, pero lo que están negando en realidad es a la ciencia, la misma que nos ha traído hasta aquí. A construir casas, a fabricar coches, a producir ropa para el frío, a levantar puentes aunque esta chusma se empecine en derribarlos. Nada, no os preocupéis. Son negacionistas solo cuando los consejos y advertencias de los científicos nos obligan a cambiar nuestro modo de vida porque el planeta está a punto de caramelo de darse por vencido. La ciencia (sí, cipotes, la misma a la que recurrís para una operación o para que os salve la vida en un hospital) es el termómetro de nuestro mundo y este está a punto de reventar porque no asumimos que, o dejamos de consumir combustibles fósiles o más nos vale aprender a nadar en condiciones hostiles. Consumimos recursos como una marabunta hambrienta, no repoblamos bosques, la gula con la que comemos carne y las compras por internet incrementan el efecto invernadero que hace subir las temperaturas marinas hasta máximos históricos.
Ante esto, cuando la ciencia nos llama la atención y pone el foco en que nuestra comodidad siempre ha despreciado a la naturaleza porque nos creemos dueños y señores de este mundo, es cuando los encefalogramaplanistas sacan las uñas. «¿Quién eres tú para decirme a mí cómo tengo o no tengo que vivir?». Que afamados científicos que llevan una vida investigando por nosotros nos dicen que el cambio climático mata, pues salen los otros diciendo que lo que mata es el fanatismo climático. ¿Acaso nos está diciendo la ciencia, la de verdad, la que intenta salvarnos la vida, que el dinero es menos importante que nuestra supervivencia? Pues claro que sí. Pero se refieren a que o invertimos más en investigación o aquí nos quedan dos días. ¿De qué sirve el dinero en un erial?
De la mano de esta gente, cuyas únicas armas son los bulos, mentiras sin base científica y bots, suben sus seguidores. Aquí tengo que parar, porque por más que lo pienso no encuentro una explicación lógica. Si acaso, que los políticos que no entran dentro de este saco de locos poco o nada hacen para defender la ciencia real. El desastre ocurrido en Valencia es un claro ejemplo de lo que hablo. ¿Quién acepta que la temperatura del Mediterráneo sube por nuestra culpa y hemos sufrido una de sus consecuencias? ¿Quién en Murcia escucha a los investigadores cuando hablan de que la sobrexplotación mal gestionada de la agricultura está envenenando el Mar Menor? Nadie. Porque los mismos que denunciaron el confinamiento como eliminación de las libertades personales son los que se mean en la ciencia cuando esta nos reclama un cambio de rumbo en nuestra forma de vivir. Ese es el santo grial de estos extremistas: el dinero. Ni amor a la patria, ni cuidar de sus conciudadanos, ni velar por nada. Dinero y más dinero, con eso es con lo que sueñan.
Y fijaos lo curioso. Lo mismo hacen con la historia de España, de la que no tienen ni pajolera idea y ni quieren tenerla, porque la verdad histórica echaría por tierra su relato, creado a conciencia para manipular a quien se acerque a su ascua. Rodrigo Díaz de Vivar, por ejemplo, y el famoso Cantar del Mío Cid. Este caballero no fue más que un mercenario que, dependiendo quién pagase, mataba a cristianos o a moros, según el postor. Pues han tergiversado tanto su imagen que lo convirtieron en el héroe patrio que nunca fue.
Duele dedicar tiempo a esta gente y descubrir que su número de seguidores crece en las miserias de los demás. Están a nuestro lado y lo sabemos. Te mandan vídeos de Tick Tock, su nueva biblia, en los que confían ciegamente. Sus nuevos ídolos son personajes oscuros que han crecido al amparo de televisiones vomitando paridas sin base alguna que dejan ver una ideología donde ellos y solo ellos hacen caja. Que te duele una pierna, te llega un vídeo de un desconocido que te dice qué tienes que hacer. Que quieres un coche, otro que opina cuáles son los mejores. Que te sientes mal y el estómago lo tienes al revés, pues un vídeo que, ¡oh, sorpresa!, tiene la receta infundada de qué comida sería más apropiada para tus dolencias.
No nos queda otra que compartir suelo y aire con ellos. Así que, si alguna de estas personas que seguro conocéis enferma, en lugar de decirles que vayan al médico buscad un vídeo de esos con algún consejillo y que los sigan a rajatabla como siguen a los que llevan en la mano un palo con una zanahoria en un extremo.
Por desgracia, ¿sabéis cuál es la realidad? Que entre unos y otros les estamos allanando el camino que los llevará directamente al poder. Hace unos días montaron uno de sus aquelarres en el mismísimo Senado, aprovechando la mayoría absoluta de sus brazos políticos. Lo dejaron claro: han llegado para cambiar el mundo. Odian a la ciencia en todos sus aspectos, a los gays y lesbianas y todo lo que no sean familias tradicionales. «Entre los científicos, están ganando aquellos que defienden la verdad de la creación frente al relato de la evolución». ¿Queréis más pistas? Piensan en la evolución humana como «un relato», algo no demostrado. Su único ideario está compuesto por Dios, patria y familia. ¿Os suena?
Me los imagino sentados en la puerta, con una bolsa de pipas en la mano viendo cómo pasan los cadáveres de sus contrincantes. Eso sería culpa nuestra, de la incapacidad política de las personas en confiamos nuestras esperanzas. Necesitamos un nuevo relato global, amparado en la ciencia y ratificado por todos. Quien no esté de acuerdo habrá que dejarlo al lado. Porque a este paso, y no creáis ni por asomo que soy un mal agorero, a la razón le quedan dos telediarios.
Antonio Reyes
El bar de la esquinaLa ciencia de los idiotas
Duele dedicar tiempo a esta gente y descubrir que su número de seguidores crece en las miserias de los demás