Nos han hecho creer que el éxito está en adaptarnos a un mundo enfermo en lugar de elegir el camino para curarlo. En la enfermedad, en esa creencia de que somos nosotros, los de abajo, quienes debemos iniciar una metamorfosis, está la clave. Quienes no desean que nada cambie son los que desarrollan esos eslóganes. ¿Quién desea seguir la estela de los que nos convencen de que el futuro pasa por esquilmar el planeta para que cuatro se hagan ricos? La respuesta es sencilla: nosotros, tú, ese de allí, todos.
Si fuésemos personas convencidas de lo que ocurre no viviríamos como vivimos. Eso sí, críticas no nos faltan. ¿Nos fiamos del conocimiento del vecino que todos los días tira la basura a las siete de la mañana? ¿Del que usa el móvil conduciendo? ¿De quien no mueve un dedo ni por sus más allegados? El cinismo es nuestro motor, el que nos dice aquello de «el que venga detrás, que empuje». Porque cuando nos leen en redes, nos escuchan en la terraza del bar o la sala está llena y expectante a ver qué nueva floritura soltamos, no somos nosotros los que hablamos. Donde de verdad mostramos nuestra realidad es cuando nadie nos mira.
Estamos hechos de una pasta de mala calidad. Este planeta no nos merece, gran parte de la población no nos merece. A diario vemos a personas que lanzan mensajes de auxilio, pero somos estatuas de sal que no ven más allá de su ombligo. La Tierra arde, los mares hierven y lloran plástico que luego nos comemos porque no queremos escuchar a la ciencia. ¿El porqué? Fácil respuesta: que nos toquen esa comodidad que creemos tener no nos gusta.
Le prestamos atención a gestos estúpidos como ponerse o no la famosa corbata, que nos digan a qué temperatura se ahorra más energía y si nos cortan el agua unas horas, pues llenamos cubos y bañeras a mansalva, porque claro, en un día normal nos hacen falta tantos litros, ¿verdad?
No tenemos remedio y nunca lo tendremos. Realizar un simple gesto para seguir disfrutando de nuestro planeta nos resulta muy difícil, aunque los verdaderos culpables son otros. Lo malo es que estamos echando piedras de molino sobre nuestro propio tejado. El liberalismo económico funciona así. Los culpables de todo lo que ocurre somos nosotros. Y es cierto en parte, ya que nuestro modo de vida tiene unas consecuencias sobre el planeta. Pero no, no somos los que tenemos que pagar siempre. Son esas grandes multinacionales, esas empresas energéticas que vacían pantanos para amasar más y más dinero a costa de saciar nuestra sed, son las grandes cadenas de alimentación que arrasar bosques para cultivar azúcar, son las petroleras que donan grandes fortunas para seguir utilizando combustibles fósiles. Nuestra parte de culpa es y ha sido siempre comprar el discurso liberal. Elige tú qué porcentaje de culpa tienes.
Aun así, más nos vale empezar por corregir nuestra estupidez antes de pedir cuentas a otros. Basta con salir a la calle y observar durante un instante para comprobar que somos la peor plaga. Sabed que el ser humano es la mayor pandemia y, por lo visto, no existe laboratorio que invente una vacuna, porque nuestro sistema inmunitario se revela con fuerza contra todo lo que venga a romper nuestra comodidad, esa misma que nunca ha existido. Lo que nos aconsejan no es más que cuentos para dormir a bebés. Y dormimos, vaya si dormimos.
Antonio Reyes
El bar de la esquinaLa enfermedad y la medicina
Nos han hecho creer que el éxito está en adaptarnos a un mundo enfermo en lugar de elegir el camino para curarlo. En la enfermedad, en esa creencia...