La necesidad vital e imperiosa de personas víctimas de guerras, hambre o violaciones de huir de su tierra en busca de una oportunidad para empezar de cero, es tan lógica y al mismo tiempo despreciada por el primer mundo, que produce un terrible desprecio hacia quienes creen que lo hacen por placer. Esa sensación de no tener esperanza en el ser humano, las eterna pregunta de por qué somos así de despreciables, los mensajes abominables de que nos están invadiendo y las consecuencias que tendrá en nuestros países, no dejan de producirme un exceso de bilis que me está destrozando el estómago.
Ante cualquier crisis humanitaria, siempre hay gente que saca rédito económico o aprovecha para intentar legislar para beneficio propio o de sus allegados. Ahora toca echarle la culpa a los inmigrantes expulsados de sus países para hacernos creer que ellos y solo ellos tienen la culpa de nuestros males. Que si nos ocupan las casas, que si violan a las mujeres, que ha subido la criminalidad por su culpa o se comen a nuestras mascotas. Fabrican problemas donde solo hay desesperación por seguir con vida. Resultado: odiar a quien no comparta nuestra sangre o patria.
Y a vueltas con el asunto de la vivienda y la escasez de inversión en promociones sociales, las voces que quieren evitar esto a toda costa. Rentistas, fondos de inversión y otras grandes empresas que ven en España el paraíso del ladrillo (no escarmentamos) y que les sirve cualquier arma, bulos incluidos, para manipular la opinión pública en beneficio propio. El populacho, acostumbrado a no dedicar ni un segundo de sus vidas a pensar, dan por válidas estas teorías catastrofistas sin saber que somo todos los que vamos a terminar pagando el pato. ¿A cuantas personas, sobre todo mayores, han echado de sus casas porque su finca la ha comprado un fondo de inversión para construir nuevas viviendas para venderlas al triple de su precio? ¿Hay alguien que haya hecho algo por evitarlo, alguien que no se dedique a la política? NADIE.
Y ahora, la segunda gran invasión por tierra, mar y aire: el turismo. Y claro, un país como el nuestro, acostumbrados como estamos a abrir los brazos a todo el que llegue de fuera a dejarse la pasta, se deja la vida en que esos visitantes pasen sus vacaciones lo más tranquilos posible. ¿Que es a costa del encarecimiento de la vivienda, desplazando incluso a los vecinos que los sufren? Que así sea. ¿Que el consumo de agua se multiplica exponencialmente y nos dejan sin este ansiado recurso? Amén. ¿Que nuestras costas llevan años perdiendo su esencia en aras de la economía local? Ni media palabra. El turismo es el turismo y punto en boca. ¿Que existen lugares en los que quienes trabajan en el sector tienen que dormir en una caravana o en condiciones lamentables? Es el mercado, señores, que os quejáis de todo.
La libertad dada a quienes quieren invertir su dinero en pisos turísticos sin importar a nadie las consecuencias en la población local, es un gravísimo problema al que nadie quiere poner coto. Libertad de mercado, lo llaman algunos, los que viven de ello. Ya son muchas las zonas donde los oriundos se han levantado en armas al grito de «hasta aquí hemos llegado». Y mira tú por dónde, que los que siempre han dicho aquello de «los españoles lo primero», guardan un silencio cómplice. Quizá sea porque forman parte de esos que tienen varias viviendas en alquiler o quieren tenerlas. Los españoles nunca hemos estado en cabeza de esa lista ficticia que los iluminados tienen en sus mentes capitalistas. El primer lugar lo ha ocupado desde que el hombre es hombre el dinero. Y no el tuyo, tonto ignorante, sino el suyo, el de sus familias, el de quienes prometen apoyar campañas o interferir en decisiones políticas. ¿Crees que estos que ven una oportunidad en tu pérdida de identidad local, actual y futura, van a hacer algo por ti y los tuyos? Ni de coña. Ellos solo ven sus rentas y cómo ampliarlas a golpe de normativas municipales que te alejarán de tu barrio y no te darán jamás una oportunidad de conseguir una vivienda digna, por mucho que tú creas que sí, que te facilitarán la vida.
En resumen. Inmigrantes que solo quieren una oportunidad para reiniciar sus vidas no, pero los que de verdad nos hunden en el barro y convierten en prohibitivos los precios para formar un hogar, sí. A este paso, cualquier dios no lo quiera, nos veremos en la coyuntura de ser nosotros los que supliquemos un trabajo en otra tierra y nos acordaremos de los agoreros que nos decían que el turismo es bueno. Y claro, llegado el momento seremos nosotros esos inmigrantes en busca de un rasca de la suerte en otro país porque en el nuestro, en este, nadie nos quería ver ni en pintura. Si hoy, tres de cada cuatro personas creen que la inmigración es algo negativo y pasan por alto la vivienda, es que vamos para atrás, como personas, como país y como esperanza de futuro para los que dentro de poco tendrán que buscarse un puente o un portal para vivir. Y esto, señoras y señores, es solo culpa de la narrativa de prensa y políticos, dueños de una fábrica del miedo que usan a su antojo cuando no hay otra cosa de la que hablar.
Si tenéis unos ahorrillos, no os quepa duda de que la mejor inversión a futuro son las empresas que construyen caravanas, porque será a lo máximo que podremos optar si queremos tener un techo donde resguardarnos de la lluvia de rentistas e inversores que ven a España como el paraíso donde reventar el mercado inmobiliario en aras de un progreso que solo a ellos les beneficiará. Y esto ocurrirá porque somos así de tontos. O listos, según se mire.
Antonio Reyes
El bar de la esquinaTurismo vs inmigración
Ante cualquier crisis humanitaria, siempre hay gente que saca rédito económico o aprovecha para intentar legislar para beneficio propio