Estilo olivar

Juan José Almagro

El discurso de la verdad

A mi se me ponen los pelos de punta con las mentiras que soportamos/tragamos los sufridos ciudadanos

Como muchas mañanas, hoy he leído alguna de las cartas que Séneca le dirigió a su discípulo Lucilio: son textos que traspasan, por universales, el tiempo y, aunque pueda parecer una “boutade”, el espacio. Casi dos mil años después de haber sido escritas, las cartas de Séneca suponen un ideario para el siglo XXI, un ideario de vida y de comportamiento, una guía de ética para hacer las cosas como los ciudadanos esperamos, sin engaños ni tonterías, más cuando asistimos horrorizados a los desastres de la DANA que se hizo presente el 29 de octubre y que ha destrozado con furor la Comunidad Valenciana, algunas provincias de Castilla-La Mancha y áreas de Andalucía y Extremadura, de Cataluña y de Aragón, por citar las más castigadas. La dolorosa e infame realidad nos arroja centenares de muertos, decenas de desaparecidos y miles y miles de hogares, negocios, industrias y vías públicas que se han evaporado; la tragedia no tiene parangón y los gobernantes, pero también algunos medios de comunicación, han decidido hacer de la desgracia un campo de batalla para incrementar la polarización y la estupidez, pero la gente ya no se lo cree, mucho más cuando hemos entrado -en feliz definición de Antonio Muñoz Molina- en la era de la vileza: “aquella en la que habrán desaparecido todos los límites a la manipulación y a la mentira, y en los que la calumnia se difundirá con la desenvoltura de una sonrisa publicitaria y con la eficiencia multiplicadora del estercolero inmundo de la prensa sin escrúpulos y de las redes sociales.”

A mi se me ponen los pelos de punta con las mentiras que soportamos/tragamos los sufridos ciudadanos que casi siempre estamos a la intemperie y en una permanente época electoral llena de mentiras. Me pregunto angustiado si no estamos en los prolegómenos de una Sociedad que podría ser parecida a la que Orwell describió, con energía visionaria, en su novela “1984”. Tengo dudas sobre si la nueva realidad que nos quieren vender (los políticos y mandamases, y algunos medios, claro) encierra una gran renuncia: desprendernos del pasado con todas sus consecuencias y reescribir el presente según las conveniencias de cada quién. No sé qué pasará. La limitación racional del poder y de las ambiciones es siempre una cuestión clave. Es el famoso equilibrio de poderes de la democracia, y los ciudadanos, la Sociedad Civil -inermes ante la intoxicación- deberíamos ser el fiel de la balanza si no queremos vernos arrastrados al abismo.

El fácil acceso a las redes “fecales” hace creer a los ciudadanos que están bien informados, despreciando y relegando los canales de comunicación tradicionales. La inmediatez que permiten las redes transmite información sin contrastar, sin elaborar y sin asumir responsabilidad alguna. Las redes sociales no son periodismo, y hay que denunciarlo alto y claro, aunque los medios las utilicen -previa verificación- para difundir noticias exclusivas o urgentes. Lo que debemos rechazar siempre es el mal uso de las redes: que se utilicen para difundir bulos, informaciones falsas o tergiversadas que, en general, responden a intereses espurios o al simple jugueteo que permite a millones de usuarios sentirse informadores o, sin más, insultar o mentir. Como también debemos rechazar las informaciones falsas que los gobernantes nos venden como ciertas. En tiempos de indignación, el desconsuelo, el no saber qué hacer, el haber perdido a familiares y amigos, el no tener nada es suficiente caldo de cultivo para que el fango y el barro de la DANA se multiplique con las mentiras de los políticos/gobernantes, de las redes y de algunos medios. Los líderes políticos tienen el deber de informarse y la obligación de informar, y de hacerlo en base a tres principios fundamentales: Compromiso, Veracidad y Transparencia para que conozcamos la verdad como adultos responsables. Nada de eso parece manifestarse ni quererse en la tragedia de la DANA.

Compromiso es “prometer con”; es decir, ponerse de común acuerdo con otros en una finalidad, en una acción, en un proyecto. Por ejemplo, y en primer lugar, decir lo que ha pasado, como ha pasado y las causas y consecuencias del desastre, incluidas las negligencias. Es decir, informar con compromiso y con veracidad, la cualidad del que siempre dice la verdad. Y se necesitan arrestos para cumplir el compromiso: Para tomar partido por la verdad, decía Goethe, “se necesita una voz más potente que para defender el error”. Además, la información que se transmita debería ser siempre transparente para que sea creíble y pueda asumirse por todos, por veraz y confiable, como cierta. Sabemos que la comunicación sólo es efectiva a largo plazo si refleja el comportamiento de quien la transmite. Y no podemos decir que la comunicación de nuestros gobernantes esté siendo ejemplar a la hora de encarar la tragedia. Séneca recomendaba que el discurso de la verdad (“lento de palabra”) debe ser natural, sencillo y sin adornos. Es muy fácil.