Lo llevo pensando desde hace mucho tiempo, demasiado sin tomar una decisión. La verdad es que estuve a punto en diferentes y puntuales ocasiones, pero no fui capaz de hacerlo. Ahora, cuando llegan las fiestas, me lo regalaré por Navidad porque ha llegado el momento: me voy de Twitter, la red social/fecal a la que nunca le cambié el nuevo nombre que su propietario, el señor Elon Musk, el más rico del mundo, nos impuso hace algunos meses. El que será, eso dicen, el hombre fuerte del futuro gobierno de Trump (quien sabe si con aspiraciones a ser su sucesor) tendrá como misión asesora una tarea que le gusta, desregular, y otra que le encanta, desmantelar todo lo público. Me voy, que quede claro, porque sí; humildemente, creo que a estas alturas de mi vida uno debe seguir siendo coherente, no resignarse y repudiar la manipulación y los bulos permanentes, bien aderezados, eso sí, que intentan colarnos y a los que nunca hice caso. Twitter lleva mucho tiempo desinformando y para mí era una ventana desde la que, cada día, dejaba un saludo cariñoso (“buenos y prudentes días”) y colgaba alguna foto, una noticia o algún artículo como este. Nunca entré en polémicas y, cuando raramente lo hice, salí de ellas con la velocidad del rayo que no cesa. Claro que esto de irse de Twitter tampoco es original: en estos días la desbandada se ha iniciado con tres grandes medios de comunicación, The Guardian, Financial Times y La Vanguardia, que han anunciado en primera página su mutis.
En estos tiempos de incertidumbre, locura y despropósito luchamos contra un mal y un permanente peligro: la desintegración del argumento y del debate racional. Y uno de esos costes, como escribí hace algunos años, es lo que hoy llamamos posverdad, que no solo consiste en negar la verdad sino en falsearla, incluso en negar su prevalencia sobre la mentira. El historiador de la ciencia Koyré nos advirtió que mentir y engañar, a nosotros mismos y a los demás, es parte de la condición humana. Pero ahora, además, no solo mentimos sino que negamos la autoridad de la Razón y se niega, sobre todo, la autoridad de los hechos, dejando que imaginaciones o deseos prevalezcan sobre lo fáctico. Son las “fake news”, cuyo sumo sacerdocio recae en el señor Donald Trump con el apoyo incondicional de la red fecal del Sr. Elon Musk. La posverdad se ha convertido en el pan nuestro de cada día y se ha incorporado, como el que no quiere la cosa, a nuestras vidas. Se están creando realidades inexistentes (aquello que Platón plasmó en el mito de la caverna) y realidades artificiales y artificiosas. La ironía e inteligencia de Antonio Machado lo advirtieron hace cien años: “se miente más de la cuenta por falta de fantasía: también la verdad se inventa.”
Nadie duda de que hay una profunda crisis del sistema capitalista, incluso del capitalismo democrático. Pero el capitalismo parece un sistema que, como el conocimiento, está en crisis permanente, quizá por eso es tan capaz de sobrevivir; pero hay también -como decía Sábato- una crisis de concepción del mundo y de la vida basada en la deificación e idolatrización de la técnica y de ciertas explotaciones inhumanas. Hay que volver a la recuperación de los valores, de la ética limitadora de los descontroles, a la mejor Educación, la fuerza que debe liberar el cambio huyendo de privilegios, luchando contra la corrupción y ofreciendo verdadera igualdad de oportunidades.
Le he pedido a mi amigo Pedro ayuda técnica para superar este trance, es decir, salir de Twitter cuanto antes, y voy a contar con su inestimable apoyo, que agradezco tanto como a los miles de “followers” que, generosamente, lo hicieron y ya no podrán seguirme, y pido disculpas a los doscientos y pico que yo seguía. Seguro que alguna vez nos encontraremos en un lugar hermoso, lejos de falacias, mentiras y tonterías. He llegado “Hasta aquí”, el hermoso poemario de la Nobel polaca Wistawa Szymborska, “porque a fín de cuentas/ lo que hay es ignorancia de la ignorancia/ y manos ocupadas en lavarse las manos”.
Juan José Almagro
Estilo olivarNo sabía si darme de baja
Ahora, cuando llegan las fiestas, me lo regalaré por Navidad porque ha llegado el momento: me voy de Twitter