Con la que está cayendo (y lo que se avecina), hoy he recordado una magnifica viñeta de El Roto que muestra la imagen de un preboste político anunciando desde la tribuna: “Queda proclamado el estado de ansiedad permanente”. En el “Ubedí básico” de Antonio Millán, la palabra “ansias” se identifica con angustia y, si así están los políticos, ni que decir tiene en qué situación nos encontramos los sufridos ciudadanos en estos tiempos donde, como tantas veces hemos repetido, la única certeza que atesoramos es, precisamente, la propia certeza de la incertidumbre: no sabemos lo que va a pasar, ni como, ni cuando, ni donde, ni de qué manera, ni como nos afectará, ni si saldremos de esta. Imaginemos la angustia de los que, sin trabajo o con sueldo precario, no pueden tener una vivienda digna, pagar una hipoteca o llegar a fin de mes, abonar el recibo de la necesaria calefacción invernal y/o sufrir cada día por la perspectiva de un futuro incierto y desesperante por el desasosiego de no poder cumplir con nuestras responsabilidades. Por un porvenir que, sobre todo para los jóvenes, se funde a negro en la película de la vida.
El estado de ansiedad, además de otras consecuencias, tiene dos manifestaciones singularmente preocupantes: las crisis de angustia y la ansiedad generalizada. Las crisis son las más comunes, incluso se acompañan de síntomas físicos como taquicardias y pensamientos negativos; la ansiedad generalizada es fruto de la preocupación constante por la ausencia de bienestar económico, domestico, familiar, laboral, y por lo que nos depara el porvenir. También la ansiedad arrastra problemas físicos, fatiga e irritabilidad, además de la preocupación y el miedo por lo que vendrá. Y algo tendrá que ver la ansiedad que padecemos con el dato de que España ocupa el tercer puesto de la Unión Europea por consumo de antidepresivos. No es para presumir…
Y como creo que la hora del cambio ha llegado, deberíamos -hablo de la Sociedad Civil- hacernos presentes amparados por el lema que nos enseñó Borges: “El futuro no es lo que pasará. El futuro es lo que hagamos hoy”. Pongámonos a la tarea y avancemos recordando que ningún proyecto se puede construir desde el olvido y el desdén. Por eso vuelvo con frecuencia a los clásicos: Quinto Cicerón ofreció a su famoso hermano, Marco Tulio Cicerón, hace dos mil años, un manualito donde se hacía eco de la corrupción política en Roma y le aconsejaba sobre cómo ganar las elecciones, como así ocurrió cuando Marco Tulio Cicerón alcanzó el consulado: “…el principal objetivo de tu candidatura también debería mostrar las bondades de que alcances el gobierno de la Republica gracias al halo de honestidad que te rodea (…) y la gente del pueblo lo que quiere es que estés pendiente de sus necesidades, y lo juzgaran en función de lo agradable que resulte tu discurso en las asambleas y en los juicios.” Es muy recomendable la lectura de la breve obra de Quinto Cicerón, por su actualidad, aún escrita en el año 64 a.C. y porque sus consejos pueden servir a cualquier buen/mal político, o aspirante a serlo, para manipular la verdad y convencer al gran público durante un proceso electoral. Después de la verdad, decía Machado, “nada hay tan bello como la ficción”, y algunos han creído que contar milongas y mentir era su razón de ser. Pareciera que el citado manual estuviere escrito en pleno siglo XXI y de su lectura se constata que los humanos hemos cambiado muy poco en toda nuestra milenaria existencia: “Nihil novum sub sole”, como recoge el Eclesiastés. Nada nuevo bajo el sol, salvo la certeza, eso sí, de que el político es el hombre capaz de resbalar más veces en la misma baldosa, el hombre que no escarmienta nunca en cabeza propia.
En esta Nueva Época, tan llena de incertidumbres y peligros nos desprendemos de todo lo duro y todo lo sólido como, con especial lucidez, nos descubrió Bauman con su idea de la “sociedad liquida”. Quizás por eso, y atacados por el síndrome de la impaciencia, confundimos progreso con aceleración, buscamos atajos y, en consecuencia, nos acostumbramos a deformar la realidad para adaptarla, como la cama de Procusto, a dogmas previos, equivocados y perversos, como aquellos de los que parten el propio funcionamiento político y muchas organizaciones y empresas, que transubstancian mal y transforman el bien común en ambiciones personales, la fuerza en desánimo, el conocimiento en soberbia, las palabras en pura retórica. Se olvidan de que son las instituciones las que deben adaptarse a la realidad y a los ciudadanos, y no al revés; sin hombres y sin mujeres no hay instituciones, ni nada, ni falta que hace. En sus famosas “Meditaciones”, el emperador Marco Aurelio nos advertía: “¿Hice algún beneficio a la sociedad? Pues ya tuve con ello mi galardón. Ten siempre a mano esta verdad, para que te estimule y nunca la pierdas de vista”.
Juan José Almagro
Estilo olivarEstado de ansiedad
Es muy recomendable la lectura de la breve obra de Quinto Cicerón, por su actualidad, aún escrita en el año 64 a.C.