Estilo olivar

Juan José Almagro

Ética, poder y prensa

Nos debemos respeto a nosotros mismos y, todos, especialmente los dirigentes, a la Dignidad, a la Razón y a la Verdad

Cuenta Ortega y Gasset (“El Espectador”, edic. 1944) que, a mediados del siglo pasado, en una noche que había cubierto de frío y nieve Madrid, alguien se dirigía a su tertulia en un conocido café. Cuando el protagonista de la historia, tiritando de frío y calado hasta los huesos, llegó a la mesa en torno a la cual se reunían los contertulios y, mientras se sacudía la nieve de su sombrero y de su abrigo, sentenció: “Buenas noches… teoricamente”. Y concluía Ortega que así parecen entender los españoles la teoría: como aquello que está en absoluta contradicción con la realidad.

Cuento repetidamente este hermoso sucedido porque casi siempre sirve de introito reflexivo (apariencia-realidad/teoría-práctica) sea cuales fueren las cuestiones que se debaten, y singularmente cuando tratamos aspectos de los que todo el mundo habla, pero en los que pocos creen y menos aún practican. Por ejemplo: comunicación, ética, liderazgo, transparencia, corrupción, desigualdad, promesas políticas y políticas de sostenibilidad/recursos humanos, mentiras y falsedades de toda clase y condición. Mucho más cuando hemos entrado -en feliz definición de Antonio Muñoz Molina- en la era de la vileza: “aquella en la que habrán desaparecido todos los límites a la manipulación y a la mentira, y en los que la calumnia se difundirá con la desenvoltura de una sonrisa publicitaria y con la eficiencia multiplicadora del estercolero inmundo de la prensa sin escrúpulos y de las redes sociales.”

A mi se me ponen los pelos de punta con las mentiras que soportamos/tragamos los sufridos ciudadanos que casi siempre estamos a la intemperie y en época electoral. Recordando la novela “1984” de Orwell, revivo las tribulaciones y angustias de Winston, el protagonista, con la tarea a la que se enfrentaba cada día: reescribir y adaptar la historia a un nuevo relato, a una versión “oficial” de los hechos; y reflexiono y me pregunto angustiado si no estamos en los prolegómenos de una Sociedad que podría ser parecida a la que Orwell describió, con energia visionaria, en su novela. Tengo dudas sobre si la nueva realidad que nos quieren vender (los políticos y mandamases, y algunos medios, claro) encierra una gran renuncia: desprendernos del pasado con todas sus consecuencias y reescribir el presente según las conveniencias de cada quien . No sé que pasará. La limitación racional del poder y de las ambiciones es siempre una cuestión clave. Es el famoso equilibrio de poderes de la democracia, y los ciudadanos deberíamos ser el fiel de la balanza si no queremos vernos arrastrados al abismo como nos avanzó el filósofo neoyorquino Richard Rorty en 1999: “tenemos ahora una clase superior global que toma todas las grandes decisiones económicas y lo hace con total independencia de los parlamentos y, con mayor motivo, de la voluntad de los votantes de cualquier país.”



El fácil acceso a las redes “fecales” hace creer a los ciudadanos que están bien informados, despreciando y relegando los canales de comunicación tradicionales. La inmediatez que permiten las redes transmite información sin contrastar, sin elaborar y sin asumir responsabilidad alguna. Las redes sociales no son periodismo, y hay que denunciarlo alto y claro, aunque los medios las utilicen para difundir noticias exclusivas o urgentes; pero siempre verificadas. Lo que debemos rechazar siempre es el mal uso de las redes, que se utilicen para difundir bulos, informaciones falsas o tergiversadas que, en general, responden a intereses espurios o al simple jugueteo que permite a millones de usuarios sentirse informadores o, sin más, insultar.

Frente a las presiones de los poderes fácticos y de los políticos sin escrúpulos , frente a los intentos de frenar investigaciones periodísticas o de las campañas orquestadas a través de las redes sociales buscando el desprestigio, se impone el periodismo con mayúsculas, la información veraz, comprendida, contrastada y, en estos tiempos, contextualizada; rigurosa y ajustada a los códigos deontológicos, refractaria a los bulos y a la posverdad que circulan por las redes sociales y que, está claro, en su mayor parte responden a estrategias premeditadas. La desinformación se ha convertido en uno de los males con los que se enfrenta el periodismo en estos tiempos de convulsión política en los que la polarización amenaza con desestibilizar las instituciones y socavar la democracia. Trump, por ejemplo, no ceja en el empeño.

Los medios deben tener una mirada crítica -como nos enseñó Montaigne- con lo que está pasando a su alrededor,  ser incisivos con los gobernantes y disciplinados con la información que se ofrece. Es decir, conocida la información, comprender lo que pasa y por qué pasa, verificarla y saber contarlo. Los medios, el cuarto poder, son los intermediarios entre los hechos y el ciudadano, y deben buscar su complicidad y recuperar su confianza. Solo fortaleciendo la independencia y el control crítico de los poderes con una información fiable que permita forjar la opinión de los ciudadanos se recuperará la confianza.

Acerca del poder, Plutarco aconsejaba que el gobernante debe conseguir primero el dominio sobre sí mismo, dirigir rectamente su alma y conformar su carácter porque… “uno que está caído no puede enderezar a otros ni, si es ignorante, enseñar ni, si es desordenado, ordenar, o, si es indisciplinado, imponer disciplina, o gobernar, si no está bajo ninguna norma. Pero la mayoría cree neciamente que la primera ventaja de gobernar es el no ser gobernado.” Ni tampoco criticado, y menos por los medios de comunicación o por su súbditos.

Nos debemos respeto a nosotros mismos y, todos, especialmente los dirigentes, a la Dignidad, a la Razón y a la Verdad, porque ninguna de ellas son ideologías sino condiciones necesarias de una Sociedad que quiere ser decente sin mentir y sin manipular. Y, ahora, cuando nos dicen que la tecnología y la Inteligencia Artificial, racional o irranacional, están en trance de arruinarnos y asfixiar nuestra libertad personal y nuestros derechos, conviene recordar la “common decency”, aquel concepto que nos regaló Orwell: la decencia común, la insfraestructura moral básica que necesita cualquier sociedad que quiera ser organizada, justa y equitativa, y proclame el derecho y el deber de ser responsables si queremos permanecer libres. Y eso es ser también éticos.