Desde la amistad (el mayor bien que existe después de la virtud, proclamó Cicerón) y una profunda admiración por su obra y su vida ejemplares, Tomás Burgos Salaverry, Jesús Sánchez Poveda y José Antonio Baena (con la colaboración de otras muchas personas, de algunos artistas y la complicidad silente y efectiva de Juan Pablo y Mar, hijo y nuera de Paco) el 2 de junio, domingo, el teatro de Salesianos, en Úbeda, agotó la taquilla para homenajear a Francisco Martínez Villacañas, Paco “TITO”, alfarero, ceramista y escultor, un grande entre los más grandes. La recaudación, integra, se entregó a la obra social “Amorevolezza”.
Se trataba en el fondo, y en vida, de rendir tributo de admiración y gratitud a Paco “TITO” (ochenta años le contemplan) que asistió vestido con sus mejores galas y dando el bracete a Isabel, su mujer, compañera de vida y alma que ha sabido ahormar, con enorme sentido común, con un gran sentido de la realidad y enorme prudencia al gran “TITO”, y no es fácil convivir más de cincuenta años con un artista renombrado. Hay que saber practicar el arte de la diaria vida en común.
En su alfar de la calle Valencia, en Úbeda, desde siempre, Paco -que atesora todos los premios nacionales, regionales y locales que puedan darse- aprendió a conversar en silencio con el barro, y hace algunos años se atrevió a escribir a esa misma tierra roja para hablarle, orgullosamente, de su hijo Juan Pablo, también alfarero y escultor: …"otro TITO, que ya también te acaricia dándote forma de arte y dispuesto a tomar la antorcha para que este noble oficio de enseñar las almas con la arcilla no muera con nosotros.” Y así ocurrió con Juan Pablo, premiado como gran artesano andaluz y cabeza de una familia de arte por la Junta de Andalucía, y así sucede con el nieto Tito, que inicia sus pasos -con algunos reconocimientos a pesar de su juventud- por el camino del arte, de la pintura y escultura, de la Alfarería (“un arte que no necesita explicación”, como dice Juan Pablo, su padre) estudiando en Florencia y Sevilla, y aprendiendo a ser, como su abuelo y su padre -sus maestros- artista y buena gente. Ese es el legado inmaterial de los “TITO”, el más importante: la honestidad, la solidaridad, la participación activa en la vida de la ciudad, el estudio, el trabajo, el compromiso y la humildad que enseña el barro diariamente. El legado material -los platos, las vasijas, los cacharros y las terracotas- son fruto de la técnica y del bien hacer, y de un oficio aprendido durante muchos años hasta conquistar el “arete” griego, la excelencia que se alcanzaba practicando las virtudes que el cristianismo tomó de Platón y convirtió en cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.
Un apunte: las terracotas de Paco y, ahora, también de Juan Pablo, están hechas con una original técnica, probablemente única en el mundo. Cocidas en un horno árabe que cuidan como las niñas de sus ojos, las grandes figuras hechas de barro, incluida la última, una preciosa imagen de María Auxiliadora para Salesianos de Úbeda, están huecas por dentro, gracias a lo que Paco llama la sabía “técnica de las golondrinas” al hacer sus nidos. Profundicen en el asunto. Los famosos y chinos guerreros de Xiam, por ejemplo, son esculturas macizas hasta la cintura y con manos y cabeza que, una vez moldeadas, se pegaban al cuerpo de cada guerrero. Por eso merece la pena ver, y embelesarse, con esas terracotas -obras maestras- que, sin parangón alguno, salen del alfar de Paco y Juan Pablo “TITO”, modernos alquimistas del barro.
En el arte, al final, todo se conjuga para que aquello que no es, sea. Para que la obra de arte, sea la que fuere, nos provoque y nos haga sentir y creer en algo que está más allá de lo que vemos. Siempre le dije a Paco que su oficio tenia origen divino, y le recordé muchas veces lo que se lee en el libro del Génesis: “Entonces, Yahvé Elohim formó al hombre con el polvo de la tierra, e insuflándole en la nariz el aliento de vida, convirtió al hombre en un alma viva”. A Paco debieron soplarle, al menos, dos, tres o cuatro veces. Y eso se transmite.