Hace algunas semanas, el 22 de septiembre de 2024, y sin que los medios se hayan hecho eco como merecería y la cuestión exige, la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó una Resolución que se denomina “El Pacto para el Futuro”, una declaración de intenciones (no es otra cosa) que los Jefes de Estado y de Gobierno de 193 países, “en representación de los pueblos del mundo”, han aprobado para proteger “las necesidades y los intereses de las generaciones presentes y futuras mediante las acciones que figuran en este Pacto para el Futuro”. El Pacto merece ser leído y conservado, también consultado, sobre todo para que nunca olvidemos cual es el papel que le toca jugar a la ONU y su razón de ser. De cuando en vez, deberíamos recordar las decisiones tomadas por Naciones Unidas para garantizar el futuro de las actuales y próximas generaciones y, muy especialmente, para saber lo que es lícito o no lo es. El Texto, y sus anexos, ocupa 66 páginas y desarrolla en diferentes epígrafes 56 acciones que, a juicio de los firmantes, son necesarias para renovarse y progresar tomando como base la humanidad que compartimos. Eso dicen, y a mi me parece -conocidos los antecedentes- que muchos de los firmantes lo hacen con muy poca vergüenza. Algunos nos preguntamos si es oportuno impulsar un documento de esta naturaleza en estos momentos cuajados de hambrunas, desastres y guerras que parecen consentidas y no tienen fin; con sátrapas miserables que ordenan miles de muertes, sobre todo de mujeres y niños, y bombardeos que destruyen pueblos y ciudades, con flagrantes violaciones de los derechos humanos y del derecho internacional, con la ONU más impotente que nunca para remediar los desastres que nos rodean y con superpotencias que hacen -como siempre- lo que les da la gana.
Muchos lectores y lectoras recordaran que en septiembre de 2015, ha hecho 9 años, la ONU aprobó -con acompañamiento de fanfarrias y hasta con un multicolor pin como símbolo- la Agenda 2030 y los 17 Objetivos del Desarrollo Sostenible, ODS, que se recibieron como una Epifanía. Parecía que la esperanza de un mundo mejor estaba cada vez más próxima: el horizonte luminoso parecía estar muy cerca, pero el desafío era demasiado grande como para dejar solo en manos de los políticos el cumplimiento de los compromisos que los gobiernos adoptaron respecto de la Agenda 2030. Ese fue el error: dejarlo en manos de los políticos. Desde 2015 fueron ellos los que transformaron los ODS en “commodities”; es decir, en productos para los que existe una creciente demanda en el mercado y que, en consecuencia, se acaban comercializando sin diferenciación cualitativa. Han aparecido en estos nueve años demasiados fantoches, muchos consultores aprovechados y no pocos mercenarios de los ODS, hasta el punto de que la constante exhibición del pin multicolor es sólo un trampantojo, una ilusión óptica con la que se engaña a la gente, a la Sociedad Civil, para que vea algo distinto a lo que en realidad ve; es decir, nada de nada.
Hace ahora un año, la entonces presidenta del Consejo Económico y Social de la ONU, la búlgara Lachezara Stoeva, se encargó de recordarnos que “el avance hacia los 17 Objetivos está seriamente descarrilado”. Como escribí entonces, aunque lo viéramos venir, nuestro gozo en un pozo, y ahora, cuando finaliza 2024, sigo teniendo la certeza de que los no políticos somos fáciles de engañar porque la ONU (políticos al fin) con su actual ‘Pacto para el Futuro’, parece que ha encontrado el camino para seguir tomándonos el pelo a todos porque vuelve a las andadas, confirma que respecto de los ODS no vamos por buen camino y nos obsequia con una especie de propósito de enmienda. Dice el punto 18 del Pacto: “En 2015 resolvimos liberar a la humanidad de la tiranía de la pobreza, el hambre y las privaciones y sanar y proteger nuestro planeta. Prometimos que no dejaríamos a nadie atrás. Aunque hemos avanzado, el logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible corre peligro. En la mayoría de los Objetivos se avanza con demasiada lentitud o se ha retrocedido por debajo de la base de referencia de 2015…”
Hace falta que, de una vez por todas, clarifiquemos las metas y los objetivos que persiguen los ODS e impulsarlos. Fracasada la política, las empresas -quien tiene el poder tiene también la responsabilidad- están obligadas a dar definitivamente un paso adelante y aceptar sus compromisos sin reservas; y las Universidades deben hacer valer su papel transformador si de verdad asumen que liderar es educar. Hemos perdido 9 años y todos sabemos que la Agenda 2030 y los ODS no podrán cumplirse porque los políticos, sin darse cuenta (o queriendo) así lo han decidido, pero echaran la culpa a otros. Solo nos faltan 6 años para llegar al 2030 y no vamos a resignarnos si queremos contribuir al cambio. Para que no sigamos perdiendo el tiempo, es hora de reforzar la esperanza, y de darle el protagonismo a la Sociedad Civil para que, desde la decencia, sin subterfugios, sin sofismas y sin engaños, por fin podamos plantar cara al desafío global, a un impresionante reto en común. Y pensemos que no hemos nacido sólo para un lugar porque, como dijo Sócrates, nuestra patria es el mundo entero.
(*) Llevó más de un mes sin asomarme a esta tribuna y, por tanto, es obligado disculparme por la ausencia. Una complicada operación en la rodilla y la subsiguiente y no finalizada rehabilitación tienen la culpa, pero el dolor y las molestias me impedían ponerme cada semana, como era costumbre, a la hermosa tarea de escribir para ExtraJaén. Vuelvo, pues, a donde solía y agradezco sinceramente la espera.
Juan José Almagro
Estilo olivarSociedad Civil (III)*
Hace falta que, de una vez por todas, clarifiquemos las metas y los objetivos que persiguen los ODS e impulsarlos