Nunca lo he dicho pero a mi me hubiera gustado ser Superman. Desde que era un infante travieso y estudioso (quise salvar, “volando” como el superhéroe, y con doloroso resultado, un tramo de siete escaleras) hasta hoy, en este otoño, cuando toda España llora y sufre por las desastrosas y trágicas consecuencias de la Dana que, especialmente en el levante valenciano, ha causado centenares de muertes y destrozado viviendas y negocios sin fin, llenando las calles, los desguaces y los basureros de muchos pueblos y ciudades con muchos miles de coches, ahora inservibles, y con los restos de mobiliario, electrodomésticos y enseres de toda clase que antes cumplían sus funciones divinamente y, en unos minutos, dejaron de ser lo que eran para, por la fuerza del agua, convertirse en chatarra y porquería llena de fango, lágrimas y lodo. En fin, una tragedia de proporciones desconocidas y consecuencias incalculables. Y mientras los ciudadanos sufren, lloran y protestan por la falta de suministros básicos y de las atenciones más necesarias para seguir viviendo, los desvergonzados políticos se entretienen en lanzarse pullas unos a otros, acusándose, extemporáneamente, y exigiendo responsabilidad y soluciones a los que gobiernan desde Moncloa o Valencia, mientras se atrincheran en sus malditas competencias para justificarse y no solucionar nada.
Como ha escrito Ignacio Camacho, estamos ante una crisis de Estado y “Mazón es un dirigente mediocre rodeado de un equipo incompetente al que la gravedad del desastre ha sobrepasado”. De Sánchez hay mucha gente que desconfía “y, al mismo tiempo le requiere una intervención que, tal vez, le reprochará luego”. Pero, en cualquier caso, estamos ante una emergencia sin precedentes, una crisis de Estado y se necesitan “recursos y decisiones que quedan fuera del alcance de una autonomía en colapso”. La falta de soluciones rápidas y, en algunos casos, urgentes, que no se están dando, la estúpida polarización política que alimentan los partidos, no pueden provocar más que desafección y críticas a la democracia como forma de gobierno, dando alimento a las posiciones ultras. Daniel Innerarity escribía en agosto pasado que “aunque disminuya el grado de aceptación de satisfacción con la democracia, eso no cuestiona una generalizada aceptación de su legitimidad como forma de gobierno. Se critican sus prestaciones, no su legitimidad”.
Hablando de prestaciones, nadie puede dudar de que tenemos los mimbres: UME, Ejército, Protección Civil, Cruz Roja, ONG’s, Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, Policías Municipales, voluntarios/supermanes ejemplares; y todos los integrantes de cada una de esas áreas con medios suficientes y dispuestos a dejarse la vida en el intento, pero desafortunadamente descoordinados y con un mando ineficaz, ineficiente y receloso que no ha sabido organizar, ordenar y actuar con rapidez y eficacia en esta tragedia que no se olvidará nunca, o si, vaya usted a saber. La debacle en forma de riada ha dejado a nuestros políticos, eso sí, con el culo al aire. Literalmente.
Si el don es la gracia o habilidad especial que tenemos para hacer algo, parece claro que en esta destructiva Dana que estamos dejando atrás nuestros dirigentes han demostrado ser unos perfectos inútiles en la gestión de sus asuntos, que son los nuestros, olvidando que el bienestar consiste en satisfacer las necesidades humanas. Más cuando estamos en precario y necesitados de ayuda. A nuestros políticos les ha faltado prudencia para encarar la crisis meteorológica, la riada y todos los males añadidos que la han acompañado. Y digo bien, no imprudencia sino prudencia: la capacidad de anticiparnos, la capacidad de pensar y preparar protocolos y normas de actuación sobre los riesgos posibles que acontecimientos ciertos y repetidos conllevan, adecuando nuestra conducta para no recibir o producir perjuicios innecesarios, sobre todo cuando se tienen responsabilidades públicas. Y avisar, informando a la ciudadanía como adultos que somos. Ni la riada era un cisne negro del que no se tuvieran noticias ni Aemet y los medios de comunicación habían dejado de anunciar -hasta el hartazgo- que las lluvias serían las más importantes del año y que la alerta era roja. Nuestros dirigentes se olvidaron de que el camino del liderazgo -y para su ejercicio los elegimos- tiene que ver más con el ejemplo y la acción que con la palabra, sobre todo si las declaraciones públicas son para derivar las culpas a otros y olvidarse de las propias responsabilidades. Y, a pesar de la creciente desconfianza ciudadana en sus mandamases, también hay que recordar la perentoria necesidad de practicar la responsabilidad individual, algo que -hasta donde conozco- se ha hecho presente en la solidaridad vecinal limpiando las calles donde vivían y la de los ciudadanos y voluntarios supermanes que, venidos de todas partes, han demostrado con su trabajo que son Sociedad Civil y que, como Borges nos enseñó, algún día mereceremos no tener gobernantes. Amén.