La tirilla

Santiago Donaire

A perrilla la panzá

La luna nos seguía, sus manos en mis tobillos, las cangrejeras rozándole la blanca camisa, me apoyaba en su ondulado pelo: “¡papá, papá, la luna...

La luna nos seguía, sus manos en mis tobillos, las cangrejeras rozándole la blanca camisa, me apoyaba en su ondulado pelo: “¡papá, papá, la luna se escondió!”, “no te preocupes que hablé con ella y siempre irá a nuestra vera”, la higuera que cubría de sombra y aroma la calle quedó atrás y de nuevo la luna con nosotros, si acelerabas ella aceleraba, si te parabas allí quieta se quedaba, siempre le obedecía, era mágica, aquellas noches todo lo era. Antes de la vuelta a casa sobre los hombros de mi padre, en bomborombillos, en el cine de verano echaron, Un rayo de Sol de Marisol y tarareábamos: Corre, corre caballito, Trota por la carretera, No detengas tu carrera, Que lleguemos tempranito…, 60 años después aún tengo el toniquete metido.
En los veranos de la niñez no hacía calor, no hay apenas quejas, eran idílicas y con el tiempo lo son cada vez más, pues la mente es generosa con los recuerdos y para facilitarte el tirar para adelante evita los pesares.
El cine de verano era un gran espacio de socialización para los vecinos del barrio, las pelis entre el bullicio, el crujir de las pipas, que la proyección comenzaba con la luz del día, a veces algún chinche en las sillas de enea te dejaba picaduras como habones en los muslos, los reiterados cortes de la vieja cinta y los otros cortes, los que no veíamos, los de la censura, no era la mejor forma de ver cine, pero era maravilloso. Los satélites atravesaban el cielo, muchas palomicas se cruzaban con el proyector, las centellas (meteoritos) generaban un clamor unánime, había luciérnagas “gusanicos de luz” y el gracioso de turno, cada cine tenía el suyo, haciendo gracias, algunas muy ocurrentes y más cuando los protas se daban un beso, un casto beso, que la época no daba para más.
La vida en los países del Mediterráneo, salvo el paréntesis de estas últimas décadas, se hicieron siempre en la calle, la casa era estrictamente para dormir, y la calle era nuestro hogar comunitario, el cine y el de verano más, era como el salón donde hoy vemos la tele pero para todos los vecinos. Cuando los coches nos quitaron la calle nos dimos cuenta de la cantidad de infravivienda que hay, no estaban previstas para tener a su prole allí todo el día. En los países fríos del Norte de Europa, donde no había cines de verano, las casas siempre estuvieron bien acondicionadas pues allí hacían la vida, sin duda una vida más triste.
En las puertas de algunos cines, se apostaban un señor que se ganaba unas perras con dos grandes y pesados botijos pregonando: “a perrilla la panzá”, la panzá de agua. Estoy seguro que nunca lo vi, debía de ser años anteriores, pero me lo contaron con tal precisión que podría asegurar que si asistí a esa bella escena de subsistencia. Feliz verano
Salud.