Aburrido es poco para lo que siento por la bronca permanente en el Congreso, también en los medios de comunicación y en las redes sociales, se empeñaron en romper la convivencia mediante la crispación y me da que algún resultado están consiguiendo. Es la marca de la derecha española, hacen todo lo posible para hundir la barca cuando el patrón no es suyo, les da igual que nos ahoguemos todos, con tal de coger el timón. Si sube la inflación que el gobierno es un desastre, si baja que los catalanes son unos golpistas, que crece el empleo pues que se manipulan los datos. Que viene el Presidente de Gobierno a presentarnos un proyecto ilusionante para el futuro de Jaén pues no muestran ni una rendija de esperanza, es más si por ellos fuera apostarían por el fracaso del proyecto. Cuando no tienen dónde agarrarse pues echan mano al insulto, y siempre les queda ETA, así hasta el infinito y más allá ¡que hartura!
No me acostumbro a esta siembra de odio y a veces tiro la toalla, me dispongo a pasar de todo, a olvidar el día a día político, pero solo es por un rato, el suficiente para recuperar el compromiso, las ganas. Os voy a contar uno de los ejercicios que hago para desfogar y es dar un paseo al medio día por nuestra ciudad, por su casco antiguo, me voy a la búsqueda de aromas urbanos, en concreto a identificar comidas por los olores que se escapan de las cocinas.
Nada más que bajar las escaleras, al pasar por el primero, me envuelve un olor penetrante, como un embrujo, un elixir borrabroncas. Es increíble el poder de semejante sinfonía de aromas concentrados, capaz de hacerte viajar en el tiempo e identificar tu ubicación, tal que un preciso GPS. ¿Hay algo más grande a estas horas que el aroma de un guiso de pollo en pepitoria en sus fases finales? Ese azafrán es un lujazo de especie, símbolo de identidad de nuestra cocina.
Cada vez se cocina menos por la mañana y los guisos tradicionales están en decadencia, además las modernas ventanas apenas dejan salir los aromas. En San Ildefonso distingo unos pimientos fritos que ahora son atemporales, pero me transportan a los veranos en la huerta, los tomábamos revueltos con berenjenas. Por la Merced me aborda un cocido de garbanzos, donde es evidente el hueso de jamón y las habicholillas recién echadas, (tengo un amigo valenciano que le hace mucha gracia como llamamos en Jaén a las judías verdes, le tengo que recordar que en Valencia les dicen machoquetas, que tampoco está mal).
Es en San Juan cuando identifico un potaje de garbanzos con bacalao, ese olor característico del ajo con el picatoste majao, que bueno que se rompiera la costumbre de comerlo solo en Semana Santa. Me bajo por San Andrés hacia la Plazoleta de los Huérfanos y me viene a la memoria el olor que durante muchos años por allí había y era a morcilla recién cocida, debía de haber alguna empresa de charcutería. El olor de la cebolla y la sangre recién cocida Lo inundaba todo.
En el Arrabalejo percibo que alguien están terminado un potaje de habichuelas y me apostaría algo que son pintas con chorizo, es una pena la cantidad de variedades que había en las huertas y muchas se perdieron: las blancas, pintas, guijuelos, cuarentenas (se criaban en 40 días), habicholones…
Me sorprende en Arquitecto Berges un estofado, seguro que es de cordero, lleva laurel, pimienta y alcachofas que son sin duda la reina de nuestras verduras.
En fin que vuelvo a casa esmayao vivo, paso ante la puerta cerrada de Virutas, donde ponían los mejores alcauciles en vinagre de la ciudad. Joaquin (sin acento) no soy creyente pero pido para que te tengan en un altar preferente, en mi recuerdo lo estás.
Salud.