A la vez que nuestras calles permanecían abarrotadas, y los establecimientos hosteleros colgaban el cartel de LLENO, otros aprovechaban las fiestas de Semana Santa para salir a la playa o al campo. No se puede olvidar que además de los nazarenos estamos los no creyentes y los que profesan otras religiones.
La religiosidad la vive cada uno como mejor entiende, pudiendo y debiendo ser compatible con la defensa de la necesidad de un Estado laico. El laicismo no pretende atacar o faltar el respeto hacia ninguna religión, creencia o espiritualidad. Laicismo es simplemente que la vida pública institucional no tenga carácter religioso. El problema viene cuando determinadas religiones desean imponer a la sociedad sus creencias y convertirlas en ley civil, para creyentes y no creyentes, que de eso sabemos un rato.
Bajo este “fervor de procesiones” se genera una paradoja y es que la mayoría de jóvenes ya no creen, lo dice la Conferencia Episcopal, solo en la última década descendió en un 11,3% el número de curas y un 18,2% los seminaristas. Las calles abarrotadas en Semana Santa contrastan con la velocidad de la secularización y es que el fervor cofrade está más vinculado a la adhesión a lo local, al folclore que a lo religioso. El número de alumnos matriculados en religión en el presente curso bajó por primera vez del 60%, 3 puntos menos que el año anterior. En los institutos el porcentaje de matriculación es de poco más del 45% y sigue menguando. Los ateos y agnósticos son ya mayoría entre los menores de 34 años. Desciende no sólo la creencia, sino la práctica religiosa.
Caen los fieles, caen los sacramentos, caen las vocaciones y los alumnos de religión. Al mismo tiempo se abarrotan las calles tras imágenes de crucificados o de vírgenes desechas. No me extraña que la Iglesia Católica se encuentre en una batalla permanente y constante contra el laicismo, no es el miedo a perder la difusión del dogma, sino el pánico a perder los grandes beneficios económicos y privilegios que históricamente ha acaparado. Hoy el tirón de la Semana Santa y la Concertada son sus dos grandes pilares.
Los hábitos adquiridos durante la dictadura, generan un anacronismo, dando la impresión que pesan más los cuarenta años del nacionalcatolicismo de la dictadura franquista, llegada al poder mediante un golpe de Estado por “La Gracia de Dios” y con la estimable colaboración de la iglesia, que cuarenta años de Democracia.
Nunca entenderé la presencia de manera relevante de las autoridades civiles en los actos religiosos en general y en los desfiles de la Semana Santa en particular, convirtiendo en normal lo que no deja de ser una anormalidad manifiesta en pleno siglo XXI. De tal forma que los diferentes, los que son noticia, son los y las que deciden no participar. La cofradía del Cristo de la Contradicción.
Salud.
Santiago Donaire
La tirillaCristo de la Contradicción
A la vez que nuestras calles permanecían abarrotadas, y los establecimientos hosteleros colgaban el cartel de LLENO, otros aprovechaban las fiestas de...