A estas alturas del mes de enero aún seguimos saludando a nuestros conocidos con el tradicional ¡Feliz Año Nuevo!, y como muchas costumbres terminan por perder parte de su esencia.
Después de lo ocurrido con el Covid y con la guerra de Ucrania, entran ganas de desear que 2023 pase sin pena ni gloria, que no deje nada digno de recordar, pero esa postura no nos la podemos permitir, la vida es finita y debemos aprovechar cada momento como si no hubiera más.
El tiempo, nuestro tiempo, se mide por las cosas que nos pasan, por la capacidad que tengamos para generar recuerdos, colectivos o individuales. Lo que nos ocurre o lo que hacemos, son como hitos en el camino, en nuestra vida, cuantos más hitos más intensidad, más vivimos. En los periodos donde no pasa nada, en los que reina la monotonía, los días se solapan unos con otros a una velocidad increíble, es como ir metidos en una cápsula de hibernación durante un viaje intergaláctico, llegamos al destino, al final, sin enterarnos, ¿ya está?
En la época que acumulamos más recuerdos es durante la niñez, entonces nuestras experiencias y descubrimientos son intensos, cada mañana inaugurabas una aventura, un descubrimiento. Después un poco más mayores cambiabas las travesuras por las pasiones, descubres que bajo el esternón hay un vacío de donde salen palomicas, la independencia personal, fijar principios y defenderlos. Más tarde los hitos vienen con la llegada de los hijos, la casa, el trabajo, la creatividad, el compromiso. Veréis que me propuse ser positivo y por eso no mencionaré los hitos dolorosos, que también marcan el tiempo. Hasta que llega un momento, para algunos es desde que nacieron, que la vida se comprime como un acordeón, nunca pasa nada y claro se pasa en un pis pas.
Mi deseo para 2023 y posteriores: Que el tiempo discurra despacio, que nadie ni nada nos impida introducir cambios en la rutina diaria, que haya lugar para la pasión, para sueños inconfesables, que nunca nos falte la búsqueda de la felicidad propia y ajena. Mientras en el día a día disfrutaremos con el olor a tierra mojada de las tormentas o el de la higuera a finales del verano, con los gritos de la chiquillería saliendo al recreo, con las puestas y salidas de sol o con los cielos velazqueños sobre las Peñas de Castro. Disfrutar de las buenas compañías, de la gente que te quiere y a la que quieres, hay que morder a los malos y pasar de los tristes, tenemos que aprovechar hasta la última gota. No olvidemos que el viaje es colectivo y la dicha no es tal sino es de todos.
Salud.