La tirilla

Santiago Donaire

Hace 50 años

Hace 50 años por estas fechas un muchacho despistado, bajaba por primera vez de la Pava en la Estación de Palos de Moguer de Madrid...

Hace 50 años por estas fechas un muchacho despistado, bajaba por primera vez de la Pava en la Estación de Palos de Moguer de Madrid, con una bolsa de viaje, no más grande que las que usamos hoy en el gimnasio, con un vaquero, un jersey, un par de camisas, 3 calzoncillos y calcetines, además de lo puesto, nada que ver con las macromaletas que hoy llevan los chicos que estudian fuera y eso que por entonces no volvíamos a casa más que a finales del trimestre. En 1974 había en España casi 400.000 universitarios, aún lejos de los 1.700.000 actuales que la democratización en el acceso a la universidad consiguió. Las cabinas telefónicas no permitían llamadas interurbanas, no existía la necesidad de la inmediatez actual, por carta comunicabas que ya llegaste. Alojarte en una pensión era frecuente, la nuestra regentada por una señora, la patrona, madre soltera estigmatizada por ello, una cruel situación propia de aquella sociedad machista, casposa e injusta.

Nada más llegar crucé bajo el extinto scalextric de Atocha, con varias calzadas que se cruzaban a diferentes niveles, un ruido ensordecedor, iluminados con farolas de luz amarilla, se mascaba la contaminación, los peatones caminábamos sobre un pavimento gris sorteando lo que lanzaban desde arriba los conductores. Aunque parezca imposible con bastantes menos automóviles había más polución, sin ITV y con vehículos muy viejos que circulaban por todos los sitios. Yo venía de Jaén, donde la plaza de la Constitución, entonces de José Antonio, era como una glorieta de extrarradio con angostas aceras y mucho asfalto, los coches circulaban por San Clemente en ambos sentidos, por la calle Cerón, Navas de Tolosa…, aparcaban en San Francisco, Plaza Santa María o en la Carrera, una modernidad mal entendida, afortunadamente el menguado presupuesto local nos libró de un scalextric como el madrileño.

Te chocaba el olor del metro que se pegaba a la ropa, el balastro de las vías cubierto de colillas, fumaban en todas partes: en los autobuses, en el tren, en las consultas médicas, en los hospitales, en los programas de televisión, bares, hoteles, en las aulas… Ese olor a humo de tabaco negro que lo impregnaba todo. La higiene generalizada se regía por una ducha semanal acompañada del cambio de ropa interior, la muda, lo que añadía a la gama de olores un toque acre, agrio, fuerte, al que sin duda tú mismo contribuías, afortunadamente los cambios que se avecinaban también afectarían para bien a la higiene.



En las provincias las pelis de estreno tardaban años en proyectarse, aquí muchas ni venían, la moda también llevaba retraso y es que por la ropa se nos notaba que éramos de fuera, no como ahora donde todo corre paralelo, bueno lo que sigue vigente son las diferencias por el origen social, quizás hasta más marcadas.

La ventana que se te abría al mundo con 17 años era tremenda, fuera del control parental, con nuevas amistades de orígenes variados, el mundo de la cultura, las inquietudes sociales, el sexo y sobre todo el momento político que vivíamos. Aprender y defender la precisa Amnistía y la Libertad, teníamos que acabar con la excepción que éramos en la Europa democrática. Aquellos guardias con abrigo largo de color gris, gorra de plato y porra larga, eran la extensión, el resorte de un régimen que se acababa y lo hacía redoblando la brutalidad, no voy hablar del desencanto posterior pues entonces estábamos en la fase de ilusión, la frescura, como esas mágicas mañanas madrileñas después de una noche lluviosa, donde el cielo limpio se abría, creíamos firmemente que podíamos cambiar el mundo.

A la vuelta por navidades, tres meses después, el cambio se había producido: barba, vaqueros gastados, botas de piel vuelta, defensor del amor libre, de la igualdad y la justicia social, la democracia y las libertades, antifascista, lo de ateo ya las manos sudorosas del hermano Lucas se habían encargado años antes de abrirme los ojos. Unos cambios, con los matices que se quieran, que ya me acompañarán hasta el final.

Salud.