El lugar donde vivimos acaba definiendo como somos, no es lo mismo crecer jugando a la pelota en la calle y asistir a la escuela pública, que pasarse la tarde matando marcianos en tu cuarto o vivir en aisladas urnas de cristal y en colegios clasistas. El urbanismo crea ideología, por eso el planeamiento urbano no es aséptico ni neutral y provoca efectos sociológicos y políticos. La ciudad dispersa propicia un estilo individualista y competitivo, que favorece el aislamiento, perpetuando la desigualdad con la desconexión entre las diversas clases sociales.
Los PGOU aprobados (el último es de 1996) y los varios intentos fallidos no dieron respuesta al mandato constitucional (Art. 47), pues más que propiciar el objetivo de dar acceso a la vivienda lo que se garantizaba es la creación de un mercado inmobiliario, la especulación urbanística, la depredación de nuevo suelo aunque decrezca la población de nuestra ciudad.
Si la planificación expansiva nos preocupa pues destruye la ciudad compacta en la que nos criamos, aún más preocupante es la ausencia de planificación. Forjar la ciudad del futuro a base de suma de parches urbanísticos (ocurrencias), además de nada democrático es de resultados inciertos. ¿Alguien se planteó las consecuencias en los sistemas generales de la ciudad de las 2 grandes ocurrencias como son el Centro Comercial Jaén Plaza (además de 4.000 viviendas) y la Ciudad Sanitaria prevista en los terrenos contiguos? No olvidemos que apostamos por la movilidad sostenible y el transporte público, cuando estas actuaciones inciden en la necesidad de desplazamientos motorizados, en el uso del vehículo privado.
Ya perdimos las plazas, en parte por los cambios de hábitos y en parte por la invasión de las terrazas de la hostelería, que sin duda son muy precisas, pero deben respetar las concesiones municipales (ya pasó la pandemia), y se ha de garantizar el derecho de los vecinos a su uso sin necesidad de consumir y también asegurar su descanso. Dar una vuelta por San Ildefonso cuando menos genera dudas de que algo no va bien.
He redescubierto un reducto de la ciudad de mi niñez, y le llamé el Jaén de los poyos, son islas de libertad, principalmente ocupados por gente mayor, la última oportunidad de socializar, de hablar del tiempo, del precio de la gasolina, o de la “suba” de las pensiones. El poyo de la plaza de la Magdalena, los del Polígono del Valle, el llamado San Sebastián (por el fresquito) frente al kiosco de Ramón en el Gran Eje, los de la plazoleta de las bragas en Peñamefecit. El de la Glorieta de Lola Torres bajo la sombra del Ombú del seminario, los de la catedral que en las tardes del verano son insufribles, los del Parque o los de la Alameda… sin duda reductos de paz y convivencia que hay que preservar.
Salud
Santiago Donaire
La tirillaLos poyos de Jaén
El lugar donde vivimos acaba definiendo como somos, no es lo mismo crecer jugando a la pelota en la calle y asistir a la escuela pública, que pasarse la tarde..