La tirilla

Santiago Donaire

Otoño, tiempo para los sentidos

Estamos en otoño, o como dice el neologismo en veroño, que es como ahora algunos llaman a esta estación casi veraniega

En Buenos Aires hay un restaurante muy singular, donde el comedor está completamente a oscuras, el maître te coge del brazo desde la entrada y te acompaña a la mesa. Imaginaros sentados ante un sin fin de copas y cubiertos, con bebidas, diferentes platos… sin ver nada. La experiencia permite ponerte en la piel de las personas invidentes, intentar suplir la vista con el resto de sentidos. El tacto que te permite distinguir entre el tenedor y la cuchara, el olfato para saber dónde está el vinagre o el aceite, el paladar que suple la gratificante presentación de los platos y el socorrido oído para que el resto de comensales te orienten. Si necesitas ir al servicio, sin remedio tienes que echar mano de un lazarillo que evite abalanzarte sobre el resto de comensales. De debatir sobre temas de actualidad ni hablemos, allí no se habla más que de lo incapaces que nos sentimos.

No sé si influenciado por aquella experiencia o simplemente por deducción propia, valoro cada uno de los sentidos como si fueran únicos, en este mundo de comodidades más que para huir de depredadores hoy los dirigimos hacia el disfrute, el placer.

Estamos en otoño, o como dice el neologismo en veroño, que es como ahora algunos llaman a esta estación casi veraniega de temperaturas anormalmente altas y sin apenas lluvias, aunque tarde los cambios propios de la estación terminan llegando. En nuestra provincia la expansión del olivar ejerce como una dictadura, eliminó la mayoría de los árboles caducos, algunos sobreviven en las ciudades, parques naturales, en las sierras más empinadas, ribazos y en las pocas riberas de cauces con agua. Allí lucen los amarillos de los chopos y de los almeces, el amarillo limón de los sauces y de los negundos, el encarnado de los zumaques y cornicabras, el rojo de los arces y cerezos, la gama de ocres de nogueras, almendros y quejigos.



Extrapolar la experiencia bonaerense al otoño de Jaén, prescindir por un momento de la paleta de colores y potenciar las percepciones del resto de sentidos es un ejercicio de sensaciones únicas.

El olor de la lluvia sobre la seca tierra, el sensual aroma de las hojas caídas de la higuera en la Calle Santa Cruz, los graznidos de las grajillas que pelean por una rama en las plataneras de la Plaza de las Batallas. Olor a calabaza, batata asada o a pan recién horneado, aroma a café caliente o a las garrapiñadas de la Carrera, a madera verde quemada. El leve caer de las hojas, los primeros fríos que refrescan tus mejillas, el roce de los zapatos en las hojas sobre la calzada. Acurrucarte entre sábanas limpias cubierto con livianas cobijas. De antaño recuerdo en la plazoleta de los Huérfanos el olor a morcilla recién hecha o el de las virutas de los lápices en la escuela, el sudor del gimnasio en el Virgen del Carmen. Es el otoño época donde se despiertan los sentidos, no los dejéis pasar.

Salud.