La tirilla

Santiago Donaire

Por los Montes Universales

En la naturaleza no oímos a los ríos cavar sus lechos ni a los vientos degastar las cumbres

Estuvimos una semana de senderismo por esas sierras de nombre tan maravilloso como son los Montes Universales, una semana caminando de pueblo en pueblo, con la doble mochila, la de la intendencia y la de las tribulaciones. Con la mejor compañía, mis cuatro hermanos, reeditando una costumbre que ya va por las 4 décadas, saboreándola como el último culillo del buen vino. De aquellas excursiones donde acabamos el día durmiendo al sereno a las actuales con ducha caliente y sabanas planchadas, de aquellos cuerpos sin queja al pastillero reparador, de las camisas de franela a cuadros al uniforme de Decathlón. De las pieles tersas y los rizos negros a las arrugas y la gorra protectora, distan varias décadas, pero si algo siempre supimos es que el tiempo pasado nunca volverá. ¡Lo tenemos claro, solo nos queda el Presente! Y vamos a por él.

Subes entre nieblas, por el margen de un río de piedra, en su cauce descansan viejas cuarcitas, rodeados de bosques de pino silvestre, troncos dorados, sobre el fondo verde primavera de los robles rebollos. Es en esos momentos, ante la majestuosa naturaleza, ante tanta belleza cuando relativizas las angustias diarias, las personales y las colectivas, sin olvidar los desastres globales, siempre pensé, ante los desastres, que de haber un Dios tendría que ser por fuerza sobrecogedoramente indiferente, no hay otra.

Con frecuencia Vegeto se lleva algún conocido, cosas de los años, conscientes de su arbitrariedad entendemos la alegría de vivir como obligatoria (Gonza) y en eso estamos.



En la naturaleza no oímos a los ríos cavar sus lechos ni a los vientos degastar las cumbres, pero con ellos lo que poco a poco se ha ido dibujado es el relieve que tenemos ante los ojos y forma el paisaje. Nuestras vidas no dejarán huella, lo más, recuerdos en un par de generaciones. No os molestéis por la inmortalidad ni por el bien queda del día a día, no merece la pena. Hoy entiendo más al paisano de estas tierras, a Labordeta, con su ¡A la mierda! A quienes lo importunaban e interrumpían.

Orihuela del Tremedal, Brochales, Monterde, Albarracín, Bezas, Rubiales, tertulias interminables, complicidades labradas subiendo cerros y entre fogones, risas, queso y vino que hacen el camino.
Tertulias con hortelanos que cuidan las fértiles huertas del Guadalaviar, algunos con el precioso acento maño, otros nacidos al otro lado del océano, hermanados por la azada entre sus callosas manos. Recuerdo el dicho asignado a Cicerón: “Ubi bene, ibi patria, Donde esté bien, allí estará mi patria”. Nuevos españoles aunque no ganen medallas ni marquen goles, la vida sigue.

Acabamos la semana cenando a los pies de una torre mudéjar, bacalao trufado elaborado a baja temperatura, regado con vinos de la tierra, en un homenaje a la suerte de tenernos, a esta vida que solo es una y que por mucho que se empeñen los sembradores de odio, han de saber que vamos a pelear para que no nos la jodan, ni a nosotros ni a los de nuestra clase. ¡Viva la vida!

Salud.