Mis amores

Juan José Gordillo

La canción del verano, aproximadamente (Mis amores veintitrés)

Versos para un verano tórrido de Juan José Gordillo

No me gusta C. Tangana.
No me gustan los engaños ni la mentira como expresión artística.
Tampoco me gustaron nunca las permanentes en el cabello de las mujeres
ni los rizos artificiales.
No acepto ese concepto de belleza basado en la manipulación de las cosas.
Acepto, por ejemplo, la influencia del estado de la luz y sus reflejos sobre los objetos,
sobre los rostros,
sobre el paisaje.

No me gusta la exageración porque disimula y esconde el tamaño de las cosas.
Ni siquiera me gusta cuando alguien dice que es necesaria para dar a entender lo importante,
o lo valioso de alguien, un escritor, un cuadro o un jardín.
Se suele añadir que la exageración es como una cebolla
que va perdiendo pieles y capas con su uso y repetición
hasta llegar a la verdadera esencia.

No me gustan las muchedumbres que inundan las calles, los estadios o las plazas.
Ni siquiera aquellas que persiguen y reivindican las ilusiones más justas,
los deseos más nobles.
En ellas no se distingue un hombre solo,
la persona que es el principio de todo.

No me gustan tantos actos sociales como proliferan por todos sitios,
en cualquier campo del arte o de la ciencia,
de etiqueta o informales.
En ellos suele ser protagonista la adulación
y una estúpida exhibición de la autoestima individual o colectiva.

No me gustan las voces altas,
las que gritan,
las que exclaman desgracias o alegrías,
las que insultan o alaban,
las que anuncian las rebajas y las últimas oportunidades,
las que atruenan los oídos y despiertan a los pájaros.
No nos dejan escuchar el clamor de las injusticias,
el socorro de los ahogados,
el llanto de los tristes.

No me gusta el espejo en que me miro.

No me gusta volver la página de un libro y encontrar que no hay nada.

No me gustan los ramos de flores de los enamorados,
ni una flor en la solapa,
ni en la mesa del banquete,
ni dibujada en la espalda,
ni tatuada, ni bordada.

No me gusta la excesiva luz del mediodía del verano,
ni el sol cercano escondido tras su luz portentosa
que ciega y aturde el intento de mirarlo.

No me gusta la euforia de los ganadores,
los abrazos entre ellos tras conocer el fallo que los premia,
el puño alzado al aire,
el beso en el escudo,
el corazón dibujado entre las manos,
los golpes en el propio pecho,
el pecho contra pecho.

No me gusta el columpio vacío y quieto,
como un viejo reloj de pared,
en la pared agotado.
Prefiero el tictac del columpio,
y el vaivén del péndulo de lata.

No me gusta, no me gusta nada, la impostura, convertida en fiebre del siglo xxi
que disimula la ignorancia, que da a entender lo que no somos,
ni de lejos ni de cerca,
ni el like rutinario y gregario,
ni los aplausos
sean del color que sean.

No me gustan los abajo firmantes
ni quedo a la espera, ni atentamente,
odio como no podría ser de otra forma,
con la venia, la m antes de p.
la homilía de las doce,
el canto del gallo con retraso.

Por no gustarme, no me gustan estos versos,
tan largos, unos, tan sin sentido, otros,
erráticos en la forma,
desnutridos del buen acento,
escritos en este cerro a la solana
cruel y despiadada
(vaya en descargo de lo escrito)
que confunden el apetito y mis amores
los gustos y sus fulgores.