Mis amores

Juanjo Gordillo

Mis amores (ocho)

No son utópicos ni creen en los grandes ideales que nos paralizan por quijotescos

El mundo no está tan feo como se dice a veces por quienes llevados por su mal ánimo confunden lo propio con lo ajeno, no distinguen entre el yo y los demás, tergiversan las cosas movidos por su ánimo pesimista o pretenden con la mala intención de los necios provocar en otros el mismo sentimiento desesperanzado que a ellos les afecta.

Todo lo contrario, la vida es bella, ya verás, como nos dijo a cada uno de nosotros, a ti, a mí, José Agustín Goytisolo, con aquellos versos militantes que debiéramos llevar cada uno de nosotros en nuestro bolsillo izquierdo para entablar o enfrentar con poesía los discursos fatales de aquellos que no quieren que andemos, que nos paremos, cansados ya y fatigados, incapaces de dar un paso más para torcer el sino de ese mundo injusto y feo: Nunca te entregues ni te apartes / junto al camino, nunca digas / no puedo más y aquí me quedo. 

Quienes mantienen la idea contraria, aquellos que piensan que el panorama está muy feo, no conocen lo que habita en los anónimos corazones de tantos y tantas.



Conozco gente admirable y tenaz en la búsqueda de soluciones y remedios a problemas concretos. No se enredan en discursos teóricos sobre esto y aquello, ni buscan excusas que les aparten de su decisión tozuda de ayudar. Comparten problemas ajenos hasta hacerlos propios. No son militantes ni afiliados a grandes organizaciones ni asisten a congresos, no participan en tertulias ni sus fotos aparecen en los medios. Son partidarios de hacer. 

Usan el teléfono para comunicarse (verdadero acto heroico) y logran saber así si Ahmed ya tiene su contrato de guardián nocturno de obra, por ejemplo; o hablan con el director de un centro escolar público para escolarizar a los tres niños llegados desde un país en guerra; o consiguen negociar con una familia sin hijos hasta convencerla para que se encarguen de su estancia hasta el fin del conflicto; luego llaman por teléfono al centro médico y conciertan una visita al pediatra. Otros preguntan a la responsable si ha conseguido ya el camión que transporte alimentos a los refugiados de ese país olvidado de África. Se reúnen una mañana de domingo en casa de una familia que está a punto de ser desahuciada y consiguen luego hablar con el director de un banco que es amigo de otra amiga y obtienen una moratoria tranquilizadora. Y vuelven otro domingo a la misma casa y celebran con cuscús y pollo que tienen un problema menos, que han torcido el pulso a la injusticia. Asisten dichosos al encuentro del sabor mestizo del grano bien cocido y disperso, de uno en uno, aderezado y fresco de hierbabuena y menta que les premia con un cielo deseado y gozoso aunque sea el del paladar, un cielo que es de este mundo, el mismo mundo que ya es más bello. Oyen después en la radio que la primera ministra de Italia ayer mismo cantaba divirtiéndose en un karaoke al mismo tiempo que una decena de personas naufragaba y moría en las orillas de ese mismo país. Se han mirado y enmudecido. Ellos tienen suerte y seguirán un tiempo más en esa casa sin luz ni agua. Están vivos. Y con moratoria.

Hay miles de héroes así, abnegados y generosos, aunque sea a tiempo parcial. Lo que hacen  les da sentido a sus vidas. Hay quienes se inspiran en valores religiosos y quienes lo hacen en valores humanitarios, simplemente. Pero da igual, cuando cogen la mano del que está a punto de ahogarse tras hundirse la lancha, cuando la retienen con fuerza entre las suyas y consiguen sacarlo del mar frío y traicionero, y ascender su cuerpo hasta la balsa salvavidas no han preguntado si son de Alá o de Cristo, si rezan o blasfeman, no preguntan sino que abrazan y calientan con mantas el cuerpo recuperado.

Solo hacen frente a lo que pueden controlar. Concretan sus acciones en tareas sencillas y abordables. No son utópicos ni creen en los grandes ideales que nos paralizan por quijotescos. No participan en los esfuerzos titánicos de los teóricos-de-la-realidad-para-no-hacer-nada sino en los problemas  diarios que hacen desgraciados a tantos. Han leído Derrota pero son más de Palabras para Julia. Leen poesía porque en los versos de los poetas buenos y de las poetas encuentran las luces del futuro, como iluminarias que nos ayudan a entender el mundo presente y alumbrar el futuro. Manuel Machado escribió La canción del presente un breve poema que cuenta la fugacidad de la vida y en esa preciosa fugacidad destaca la belleza. Alegre es la vida y corta, dice Machado, pasajera. / Y es absurdo, /  y es antipático y zurdo / complicarla / con un ansia de verdad / duradera / y expectante. / ¿Luego?... ¡Ya! / La verdad será cualquiera. / Lo precioso es el instante / que se va. El forcejeo de los brazos entrelazados del voluntario y del naúfrago por salir del mar que lo devora, el sabor fresco y aromático del cuscús, el sí acepto del médico o de aquella familia acogedora, el sí a regañadientes del empleado de la banca, el animoso “de acuerdo” del  transportista de alimentos, la primera noche de Ahmed guardando la obra, son los preciosos instantes forzados por la voluntad de quienes los hacen posibles.

Quienes afirman que no pinta bien el panorama que nos rodea no se inventan nada porque es cierto el quebranto que aqueja a millones de seres. Conocemos las desgracias que acontecen a vecinos y amigos, no hay que andar muy lejos para comprobar la maldad humana que se exhibe gratis en las redes sociales. Pero no debemos abatirnos por ese peso hasta el punto de quedarnos apartados y sentados junto al camino.  Hoy parece más necesario que nunca leer a Vallejo en su monumental poema Masa, y no solo leerlo, sino interpretarlo hasta el punto de su enseñanza radical, invitación a la entrega y a la unión de las personas como la mejor respuesta a la inutilidad de la guerra como instrumento, a la crueldad de la guerra como fin causante del mayor dolor: Entonces todos los hombres de la tierra / le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado; / incorporóse lentamente, / abrazó al primer hombre; echóse a andar.

Daré la razón finalmente a quien escribió en este mismo medio que si bien cambiar el mundo es una utopía, el intento de cambiarlo, levantarse del camino, echar a andar rodeado por los otros, es la aspiración más hermosa por hacer.