La que se ha liado con lo de Sabina. No se la cantidad de tinta que se ha echado a correr por esos ríos efímeros y fugaces que son las noticias de actualidad. No sabía yo de tanta inquina enlatada y guardada en las despensas del mal querer de algunos, agazapados a la espera de que llegara un renuncio suyo, una declaración aparentemente contraria a las mantenidas tantas veces por el mismo, o el motivo de una ruptura, o un despido, un adiós, una separación. Sintiéndolo mucho, que es además un acierto para la descripción de un personaje, ha situado a Joaquín Sabina en el centro de diversas hogueras ahora que tanto frió empieza a hacer.
No es mi intención apagar ninguna de ellas, por lo del frío principalmente, ni tampoco avivarlas por razones que usted, lector o lectora, ya conoce. Prefiero opinar sobre Sintiéndolo mucho-canción porque tal vez en algunos de sus versos encontremos más datos para conocer a Sabina que en lo dicho en tal o cual sitio acerca de la cantidad en ideogramos (gramos de ideología, al peso) que tiene o no de izquierdas, en su caso. Veamos.
La frase es poderosa por el imaginario que despierta, por el inventario de asuntos sobre los cuales uno espera que ese sentimiento dé explicaciones. Sentir la muerte de un ser querido, o la ruptura de una relación, el fracaso de un hijo, la penuria sobrevenida de unos amigos, nos ocasionan ese sentimiento de dolor que expresamos de esa manera, que lo sentimos mucho.
Sintiéndolo mucho nada tiene que ver con el “Yo acuso” de Zola, que en su alegato de defensa del capitán Dreyfus se erigió en una denuncia monumental de todo el aparato gubernamental de la Francia de finales del siglo XIX. No tiene nada que ver en absoluto, salvo en la rotundidad de los términos. Tras el sintiéndolo mucho no se pueden esperar nada más que aspectos negativos sucedidos y que uno lamenta, uno siente. Si además esta declaración del sentir se inicia al dictado de “por fin ayer llegó la hora tan temida” se confirman los augurios y se espera lo peor. Pero Sabina que es autor de Esta boca es mía, de Yo mi me conmigo y de Lo niego todo (la primera persona es la que mejor conjuga en sus canciones el paisano) no va a encontrar en otro que no sea el mismo los motivos para justificar el título. Pero además Sabina (el del bombín) sigue siendo Joaquín (el del Paseo Mercao, Tabernillas o Relatores) y advierte pronto - “en vez de echar sal y vinagre en las heridas / Haré otra vez de tripas corazón” - de sus propósitos que no parecen, por lo dicho, los de arreglar entuertos anteriores, aunque tal vez alguno sí. . Es un alivio. Lo que va venir después no hará sangre de nada ni con nadie. Enunciará a las claras alguna aspiración,
siempre he querido envejecer sin dignidad,
un principio de integridad y afirmación,
no tengo nada que olvidar de mi pasado,
saberse el lugar que ocupa,
muchos creyeron que me habían amortizado,
y una guía de acción vital,
el pan de ayer no es un buen postre para hoy.
Todo concluye en una condición,
si el corazón no rima con la realidad / quemo mis naves,
que está desposeída de la naturaleza propia de la condición que es la negación o la condición contraria. Cabe pensar más bien que el autor apuesta por una duda para concluir, un nuevo lo niego todo en la línea del demoledor “mi manera de comprometerme fue darme a la fuga” , en su Viudita de Clicquot, canción con la que tiene muchos rasgos comunes este sintiéndolo mucho. Bastan los primeros versos de esta canción (en Vinagre y rosas) para confirmar el tono común de ambas canciones:
A los quince los
cuerdos de atar me cortaron las alas,
A los veinte escapé por las malas del pie del altar,
A los treinta fui de armas tomar sin chaleco antibalas,
Londres fue Montparnasse sin gabachos… Atocha con mar.
Con la diferencia del acento confesional que aparece en sintiéndolo, ese tono de rendición de cuentas, de casi postrimería, frente al aparente inventario sin intenciones de corrección alguna de Viudita de Clicquot.
Sintiéndolo mucho, documental. Aborda mas episodios y parlamentos, más principios y detalles de estos últimos años, que es imposible que quepan en una canción. Pero no la contradicen.
Hay pasajes de su vida ya conocidos. Nadie opina sobre Joaquín. Es solo él. Ni sus biógrafos ni sus amigos, ni otros músicos, ningún otro personaje aparece, solo el. Y Úbeda sí. Y de qué modo. El club Diana, qué horror, dice Sabina desembarcando de una furgoneta blanca, frente al club, calle Nueva, mirándolo de frente, con el sol de las cuatro de la tarde y el bullicio en la entrada. El club diana, qué horror. Y Vico mayestático (los vico que tanto le gustaban a Joaquín y otros tantos, por sus sonetos a voz en grito frente a la Soledad, sonetos nervudos y ripiosos, diciendo lo mismo, pero diferente, año tras año...), y Eduardo, el rostro emocionado de Paco, el suyo también, sus declaraciones telegráficas pero directas a un público que es tal vez más afín a las segundas partes de esa breve retahíla de lo que él dice de sí mismo: ateo, pero semanasantero; amo a los animales, pero taurino… y los paisanos que abarrotan el salón aplauden a rabiar. Joaquín es uno de los nuestros, Del club Diana. Aquel club que en los setenta dictaba opinión local, bendecía a los benditos y maldecía a los malditos, (acertar el bando asignado a Sabina…) ahora aplaude al paisano Joaquín Sabina, que ya es Martínez Sabina. Joaquín, ahora sí.
Sintiéndolo mucho, Pancho. Un triste final que ninguno de los dos merece, aunque hayan hecho méritos. No sé
Nota: Acabo estas líneas cuando me llega la noticia temprana de la muerte de Pablo Milanés. Se que ahora mismo hay cientos de miles de personas que estarán escuchando su voz prodigiosa, sus canciones patrióticas y melancólicas. Su amor a la vida y al Caribe. El buen amigo de Joaquín con el que acababa algunas noches de tequila y coñac simulando con su voz portentosa un allegro barroco para trompeta sola. Era el momento ya de acostarse. Duerme el sueño de los justos, querido Pablo.