Tribuna

Nacho García, profesor de Lengua y Literatura

La nueva educación woke

La nueva educación, no sé si woke o antiwoke, se está convirtiendo en algo intrincado y excluyente

 La nueva educación woke

Doctrina Woke.

            Políticamente correcto. Moralmente intachable. Cada vez menos preguntas incómodas o cuestiones controvertidas. Cada vez menos respuestas impertinentes o ideas desafiantes. Cada vez menos comportamientos indómitos e irreverentes. No pasa nada. Los centros educativos se están convirtiendo en “campos de ceniza” dónde se producen situaciones de aprendizaje sin enseñanza o enseñanzas sin aprendizajes. Siguiendo con el símil barojiano, empiezan a ser “cementerios bien cuidados”, dónde son enterrados el conocimiento y la razón. En realidad, acontecen muchas cosas, que se anuncian a los cuatro vientos, pero también ocurren otras menos deseables, que se ocultan o se resuelven por vía de apremio y se disimulan. Sindicalismo amaestrado. Nadie sabe nada. Hipocresía. Censura por la derecha y por la izquierda. Populismos extremistas. Sectarismo rentable. Revanchismo atávico. Revisionismo errático. Mejor callar que ser silenciado y vilipendiado ("cultura de cancelación" lo llaman)

            La nueva educación, no sé si woke o antiwoke, se está convirtiendo en algo intrincado y excluyente que, con un lenguaje hueco y alambicado en una narrativa acrítica, está derivando en un progresivo proceso de aculturación para imponer una conciencia ingenua que sustituya cualquier atisbo de conciencia crítica o reflexiva. Mediante un hiperpedagogismo calmaconciencias y pueril, que exacerba lo emocional despreciando lo racional, la nueva educación rinde pleitesía a las nuevas oligarquías tecnológicas y al caciquismo economicista. Este hecho provoca una nueva servidumbre a las nuevas y cambiantes premisas ideológicas: o uno las asume o es considerado cómplice, incluso tránsfuga.       



Y es una lástima, ya que el movimiento “Stay woke” surgió para luchar en favor de grupos minoritarios y para concienciar sobre la injusticia social, defendiendo políticas identitarias y otras causas legítimas tan loables como la diversidad, la inclusión o la igualdad, aunque ha ido degenerando ya que sus propuestas han sido manipuladas para imponer ciertos puntos de vista y acallar otros. Sus planteamientos iniciales me recordaron a las reivindicaciones del famoso manifiesto “Indignaos” de Stéphane Hessel, prologado por José Luis Sampedro, ambos activistas represaliados, con su llamamiento a la insurrección pacífica y a la rebeldía contra la dictadura de los mercados y oligopolios. Ambos movimientos instaban a despertar del letargo de comodidad e indolencia, pero con una diferencia clave: el respeto. El nonagenario Hessel, por experiencia y sabiduría, sabía que para luchar por unos derechos no se pueden denostar otros, hasta ponerlos en serio peligro. Desgraciadamente, tanto en educación como en otros ámbitos se ha constituido una especie de nuevo autoritarismo moral que está neutralizando la libertad, generando una cultura tóxica llena de dogmatismo e intransigencia, conducentes a la apatía y la abulia. Parece como si nos despertasen para seguir durmiendo, ignorantes de la verdad.

            La nueva educación, producto de una transmutación ideológica ya no sé si woke o antiwoke, representa lo opuesto de lo que predica porque se ha ido alejando de aspiraciones y planteamientos epistemológicos y un deseable activismo formativo. La nueva educación es objeto de disputa por parte de todas las tendencias políticas que alientan un enfrentamiento sistemático, para luego quejarse con comportamientos histriónicos y utilizarla como moneda de cambio. En esta paradoja se promulgan órdenes e instrucciones cambiantes que intentan amortiguar la perniciosa ley fomentando un caos planificado profusamente que sume a todo el mundo en la incertidumbre y la desesperación. Nadie sabe ya a qué atenerse y además se está generando una desconfianza generalizada en las instituciones, como si les faltase legitimidad, pues si se estaba intentando una profunda transformación del paradigma educativo, no sólo no se ha conseguido, sino que además han ahondado más en las desigualdades de antaño.

Tantos cambios educativos, tan precipitados y faltos de consenso, están generando una reacción conservadora que implica cierto retroceso ya que mucha gente opta por el valor refugio de la burbuja privada o concertada, creyendo que por pagar se aleja de cualquier intoxicación o se libra de los problemas, instalándose en un mundo feliz huxleyano. No sé si por inacción u omisión, asistimos como testigos o víctimas a la progresiva degradación de la educación pública (no digamos ya de la sanidad), alentada por distintos gobiernos que aseguran protegerla y se jactan de ello, pero que aumentan la oferta privada-concertada, amparándose en una demanda ficticia generada por una necesidad ilusoria, sostenida en parte con fondos públicos que asumen el sobrecoste y encima blindada posteriormente por ley. No contribuyamos a esta conjura de necios, no nos comportemos con amargura ni asumamos con resignación. Indignémonos y rebelémonos contra esta ingeniería social egoísta, clasista y cruel. En ello nos va el bienestar.