El ocaso de los perdedores

Rubén Beat

Historia de dos patanes

El PSOE nunca estuvo ni estará tan corrupto como bajo la dirección de González y Guerra

Como si se tratara de dos personajes sacados de una novela de Dickens, Felipe González y Alfonso Guerra encarnan a la perfección el perfil de dos viejos avaros, huraños con el mundo y en eterno conflicto con su propia displicencia.

Ambos representan la estupidez de quien no ha sabido retirarse a tiempo de una derrota. Y permanecen como dos invitados insoportables a la espera de un brindis, a sus escasos méritos, que nunca llegará porque en esa fiesta de fantasmas donde solo están ellos, no hay espacio para nada vivo, y menos aún para un par de blasones tan dilapidados por la idiotez como un tratado de chistes de Fernando Savater.

El PSOE nunca estuvo ni estará tan corrupto como bajo la dirección de González y Guerra. Y es que es bien sabido que la degradación del ser humano conlleva en sí misma el envilecimiento, acentuado por la impunidad que el paso del tiempo inyecta a quienes nunca fueron testigos de la propia aniquilación de su inteligencia.



Y así, como dos espectros y dos grandes patanes, evacúan sus charlas del fuego que los consume, con la inmediatez de quien se sabe perdido ante la catástrofe de no haber sabido situarse en el diminuto rincón que la historia política de este país les ha concedido.
¿Qué les queda por mostrar al mundo? El baile de máscaras hace décadas que acabó aunque siguen luciendo en la festividad de sus rostros, el óleo al secco de Saturno devorando a un hijo. ¿Qué no habrán devorado de quienes son aún socialistas? Porque ni la paz en la mesa les dejan. Ni el descanso de años de perspectivas sufridas, y luchas ganadas a medias, para que este par de estólidos echen por tierra la ilusión malherida de quienes llevan muchos inviernos mojando su propio pan en su tibio caldo.

Y para colmo de la desfachatez y el mal gusto, se atreven a publicar y presentar un libro, que no será otra cosa que un homenaje tríptico a las polillas en estado vegetativo.

En "Historia de dos ciudades", Dickens situaba un espejo roto entre el pasado y el futuro. En la historia de estos dos patanes, el propio espejo roto lo representan ellos.

El mayor signo de superioridad que puede alcanzar políticamente un país, es cuando políticamente abraza el perdón. Cuando el rencor deja de ser un arma arrojadiza y los propios políticos demuestran signos de humanidad y no de venganza en una época acostumbrada a dilapidar todo lo que signifique humano, es cuando se puede mostrar que podemos curar el mal que nos acecha en términos tan objetivos como los que patentizan Felipe González y Alfonso Guerra.