Me suda la Polca

Jesús Calamidad

Desaparecer

“El día menos pensado tengo que aprender a desaparecer”, canta el Bunbury

Desaparecer, que no es lo mismo que esconderse u ocultarse, por muy bien que se esconda uno. No debe de ser fácil aprender a desaparecer porque tampoco es simplemente irte. Ya, ya sé cómo lo define la RAE, lo sé, y cualquiera con acceso a internet, también.

No tengo ni idea de por qué a mí se me hace muy diferente desaparecer que esconderse. En cierto modo esconderse alberga cierta intención de ser encontrado, los escondites no suelen ser lugares cómodos aunque sean de cinco estrellas. Los escondites comienzan con la excitación de la furtividad y acaban con la angustia de la cobardía y la vergüenza. Sin embargo desaparecer me provoca un cierto gusto a mística, a magia, a una acción valiente y elegante que puedes realizar, una vez aprendido, encaqueándote un elegante y vistoso sombrero. Un sombrero es algo que nunca sobra, incluso en interiores, diga lo que diga Las reglas de oro de la etiqueta británica.



No me molesta la idea de aprender a desaparecer. Tiene que sentar sinceramente bien sonreír, guiñar un ojo, hacer una reverencia al respetable y ¡puf!.. Solo tu sombrero en el suelo en el centro de un foco inquisidor.

Hay ocasiones en las que se requiere desaparecer para que la magia siga o para salvar a uno, a dos, a muchos o a todos. Ese Cristo sí que sabía dar buenos espectáculos y dejar bien alto el listón. Melenudo astuto.

Otras veces desaparecer es la única manera de no desaparecerte, de tomarte un retiro espiritual en el limbo y recargar las baterías que ya empezaban a sudar ácido en berrinches.

Desaparecer con clase para dedicarte a tus asuntos, a ordenar tu cuarto y limpiar el polvo, sacar la basura y darte un buen baño que dure los años que sean necesarios o infinitamente. Desaparecer para, cuando vuelva a estar todo en orden y limpio, reaparecer como una estrella del rock que se ha quedado sin un duro por no pagar impuestos. Reaparecer a lo grande. Y si no has podido ordenar todo ese desastre y no acaba de verse limpia la casa, pues sentarte tranquilamente en el porche con la guitarra y una cerveza y disfrutar de tu desaparición que no fue fácil aprender.

"El día menos pensado tengo que aprender a desaparecer", canta el Bunbury.

Si no se lo ha copiado a alguien, este tío tiene sus momentos, vaya que sí.

P.D.: Espero sinceramente que algún político que otro lea esta tontá y se la aplique.